martes, 24 de junio de 2008

CAPITULO DIECISEIS

Elías Malaquias y el último Dragón Negro

En donde presento al niño más triste del barrio y explico como aprendí a leer los labios en ingles y hago uso y abuso del cuento del pescado.


Elías Malaquias es un niño muy triste y nadie sabe la razón de su tristeza. Ni siquiera sus padres que son padres muy buenos y felices. Y si son muy buenos y felices, quiere decir que algún afortunado secreto le han arrebatado a La Vida. Elías Malaquias viste de riguroso negro y lleva una galera que le queda grande. Perece flotar en vez de caminar y saluda desde su tristeza a todo aquel que lo saluda. O sea: a todo el mundo. Porque Elías Malaquias es un pequeño caballero de triste figura pero no aquijotada que no le niega el saludo a nadie. Tiene los cabellos largos y llovidos y son tan negros como la noche más negra y producen destellos como las estrellas de esa mismísima noche tan negra. Elías Malaquias trae de nacimiento un extraño lunar en la mejilla izquierda. Es un pequeño lunar con forma de gota. Apenas un poco más oscuro que su pálida piel. No le queda mal y tampoco le queda bien. Porque decir que le queda mal o que le queda bien el lunar es como decir que a cualquiera le queda mal o bien su piel. Simplemente le queda. Elías Malaquias es un niño muy triste y se junta muy poco con nosotros. Nosotros lo comprendemos y lo aceptamos tal cual es; o sea: no interferimos entre el y su ocupada tristeza. Eso puede estar bien o puede estar mal. No lo sabemos. Pero nos damos cuenta de que todavía no ha nacido la cura para su tristeza y no vamos andar como tontos queriéndole arrancar una sonrisa de puros divertidos que somos. En otras palabras: simplemente lo aceptamos porque Elías Malaquias es un niño muy bueno, amable y por sobre todas las cosas, es el último de los caballeros tristes, que por ser caballero y triste juega endemoniadamente bien a La Pelota. Y eso solo sucede cuando tenemos algún importante partido contra los niños del otro barrio. Por la copa del honor. A diferencia de nosotros que gritamos los goles como unos desaforados y damos vueltas en el aire y le agradecemos Al Niño del viento esos goles que en realidad son de Elías Malaquias: Elías Malaquias no festeja ninguno de sus goles. Se queda paradito mirando como su tiro venció a la valla contraria y luego suspira. Se acomoda la galera y vuelve al juego, en donde de forma casi inmediata convertirá otro gol. Y así pasamos los partidos. Nosotros festejando cuales energúmenos y Elías Malaquias suspirando.
El niño más triste del barrio, tiene una extraña costumbre que para El Barrio es un misterioso casi indescifrable. Menos para mi, porque yo se leer los labios en ingles. Elías Malaquias, todas las santísimas tardes y después de su merienda, le toca el timbre a los Arcangelitos. Un matrimonio muy joven y bonitos ellos. A veces lo atiende El Marido, a veces lo atiende La Esposa. A veces ambos. Pero siempre, siempre, lo atienden con sonrisas cariñosas. Escuchan las palabras del niño y luego mueven sus cabezas de un lado para el otro. Entonces, es notable como a Elías Malaquias se le acentúa su tristeza sempiterna. Y pueden suceder dos cosas: que los Arcangelitos lo inviten a pasar en donde le servirán otra merienda o que Elías Malaquias se vaya con su típica forma de caminar flotando. Pero ya será un caminar flotando como arrastrando los pies. Yo soy el único que sabe lo que Elías Malaquias le pregunta a los Arcangelitos. Y lo se porque puedo leer los labios en ingles. Y ya mismo pasaré a explicar de qué se trata eso de leer los labios en ingles.
Resulta que soy fanático de las películas continuadas que pasan en la televisión los sábados por la tarde. Ese tipo de películas con efectos especiales muy baratos y maquetas que son patéticas y monstruos que se notan que son tipos metidos en calurosos trajes de hule. ¿Han visto alguna? Son pésimas. Pero a mí me encantan. El problema radicaba en que, a esas horas de la siesta mis padres querían descansar y no me permitían poner el televisor al volumen normal. Parece que el volumen normal no era bueno para siesta. Debía bajar el volumen. O mejor dicho, me lo bajaban. Y me lo bajaban hasta casi la inexistencia de los decibeles. Y cuando digo inexistencia, digo nada. De esa forma, las películas se volvían mudas, pero sin la gracia de Carlitos Chaplin, ni su contenido social. Era en vano, así no servían. Los otros canales pasaban cosas aburridas. Y ni hablar de salir a jugar hasta que mi familia no se levantara. Entonces, volvía a las películas mudas que en realidad no eran mudas. Eran mudas por culpa de la siesta. Comencé a prestarle atención a los labios y guiándome un poco por trama y un poco por el sentido de la secuencia y muchísimo más por haberlas visto mil veces y recordar de memoria casi todos los diálogos, trataba así de entender lo que estaban pronunciando. En voz muy baja e imitando la forma de los labios, me entregaba a la articulación de las supuestas palabras, que no eran tales. Eran más bien gruñidos y bramidos y exclamaciones como “¿guat?”. Que dicho sea de paso, no dista mucho el cine actual. Luego comenzaron a tener un poco más de forma a palabra, pero igualmente no sonaban a lo que yo recordaba. Por ejemplo: en determinada secuencia yo sabia muy bien por haberla visto mil veces que el muchacho se le declaraba a la muchachita de la siguiente manera: “Te amo, mi vida. ¿Quieres casarte conmigo?” Yo articulaba otros sonidos muy distintos: “Alaikiu, beibe ¿yu meikin lou?” O algo así. Fue mi Mamá quien me puso al tanto de la verdad cuando una tarde me sorprendió en plena práctica de leer los labios. Se lo tuve que explicar y ella me dijo: “Lo tuyo está bien, Waltercito. Lo que pasa es que en esas películas hablan en su idioma original. Luego son dobladas al español para el público de habla hispana. ¡Fíjate vos! ¡Ahora sabes leer los labios en ingles! Ojala fueras así para la escuela. ¡Y que no se te ocurra salir hasta que no termines los deberes!“ Y fue así que aprendí a leer los labios en ingles. Experiencia de la cual me quedaron algunas mañas y ciertas cosas sin resolver. Ya no puedo ver películas a volumen normal. Las tengo que ver con el televisor afónico; podré entender el ingles, pero me lo tienen que hablar en voz muy bajita y en lo posible dramatizando alguna secuencia. No se. El robo a un banco o una triste despedida. Y la gran intriga de mi vida: ¿Por qué la muchachita de aquella película le respondió al muchacho con un soberano cachetazo que casi le arrancó los dientes, siendo que el era tan bueno, mataba al malo y salvaba al mundo?
Y en cuanto a lo que Elías Malaquias le pregunta al matrimonio Arcangelitos, deberé remitirme a mi nunca bien ponderado (por mi) profesor de karate, Akira Kurosawa: “Waltercito san, hay secretos en la vida a los que uno solo puede acceder con sacrificio, paciencia y responsabilidad. Por lo tanto: ni sueñes que te vaya a enseñar a desmayar amiguitos apretándoles el omóplato”.
Mi sacrificio, fue el de pasarme horas y horas durante meses y meses frente al televisor aprendiendo a leer los labios en ingles. Mi paciencia: la que tuve que ejercitar poniendo al día los deberes acumulados. Mi responsabilidad: no desmayar amiguitos y saber conservar un secreto. Por lo menos hasta el final. Y en esto soy bastante piadoso, porque el cuento del pescado sabe dejar espinas mas largas.
II

En donde el Dragón Negro rapta a la niña Francisca, Elías Malaquias decide ir a rescatarla y para ello nombra a un fiel escudero. O sea: yo.


Siendo algún año de nuestro señor, el Niño del viento; y durante ese día al que se le conoce como jueves, una gigantesca sombra cruzó el cielo y se detuvo para tapar el sol. Desplegó unas alas siniestras y membranosas y luego se lanzó en picada hacia la plaza principal del barrio, en donde a la velocidad del rayo, raptó a la niña Francisca mientras jugaba al subibaja, justo, justo cuando subía. En el lugar de la niña, la sombra alada dejó un enorme pergamino hecho con las pieles de los mas feroces leones, en el cual se podía leer lo siguiente: “A los últimos caballeros de la civilización industrial. Todo aquel que se atreva a venir hasta mi y que por ello no muera en el camino, lo recompensaré con el mas preciado de los conocimientos. Pero si en el transcurso de un mes ninguno se atreve a venir hasta mis dominios, devoraré a la niña y luego raptaré a otra y así”. El pergamino estaba firmado por la mismísima garra y uña del Dragón Negro. El último dragón negro. La criatura más terrible del universo.
Antes de que se armara más alboroto por el fantástico y nefasto suceso de la plaza, los niños que habíamos estado ahí decidimos tener una reunión lo más pronto posible. La que para no perder el tiempo se llevó a cabo en una esquina de la plaza. La que daba a la heladería.
-¿Y ahora qué hacemos?- preguntó Ángel Miguel Bosco, el niño artista plástico.
-Nada- respondió Alfredito- que se ocupe la policía. En definitiva es un rapto y a esas cuestiones las debe resolver la policía; que para eso pagamos los impuestos.
- ¡No!- intervino Elías Malaquias que recién llegaba con su eterna tristeza a cuesta y con ese caminar flotante pero como arrastrando los pies, debido a que muy seguramente venia de los Arcangelitos - La policía no la encontrará. Los dominios del Dragón Negro están en las tierras Saurónicas; y para llegar a esas tierras, primero hay que entrar al Bosque Encantado y para que el bosque se vuelva encantado hay que entrar con ojos de fantasía, no con ojos de policía.
-Es cierto- corroboró Pedro Grimmanante, el escritor empedernido de cuentos infantiles –El Bosque solo muestra su lado encantado cuando alguien cree en ese lado. De lo contrario es un bosque común y silvestre. Un perfecto triangulo equilátero de ochocientos metros por lado...
- Como sea. La policía no la encontrará. Ni siquiera creerán la historia del dragón. Antes dirán que la raptaron unos comunistas en aeroplano. Debemos ir hasta las tierras Saurónicas o la niña morirá devorada por falta de fe. Yo me ofrezco para ir. Mis ojos pueden ver el lado encantado del bosque. Sin embargo, la tradición obliga a los caballeros tristes a llevar a un escudero con quien compartir la gloria de la aventura. La vanidad no nos está permitida ¿Quién me acompañará?
Todos tenían algo que hacer o argumentaban que sus padres no les darían permiso o lisa y llanamente no podían ver el lado encantado del bosque. Y todas las excusas eran ciertas, y a vez, todas cargaban con enormes mentiras.
-¿Waltercito?- preguntó Elías Malaquias que ya no parecía tan triste, pero si severo y determinante.
- Yo no puedo ver el lado encantado del bosque.
-Mentiras. Tu miedo te delata. A pesar de tu amor casi enfermizo por la mecánica quántica, sos uno de los pocos que pueden ver el encanto del Bosque.
-Mis padres no me van a dar permiso.
-No importa. Esperá a que se duerman y entonces te escapas. Yo voy a hacer lo mismo. Y a las doce de la noche nos encontramos en la entrada del Bosque. Y tráete abrigo... Y déjale una notita a tus papis... Y ¡Uy! ¡La que se va armar! Pero bueno. Una dama está en peligro y nosotros somos los únicos caballeros disponibles en este mundo que ha perdido los estribos.
¿Nosotros?
Y así comenzó nuestra aventura hacia las regiones más terroríficas del universo: Las Tierras Saurónicas, el punto de expansión de la oscuridad. El verdadero infierno.

III
En donde se cuenta como fuimos recibidos por los duendes del Bosque Encantado, como nos instruyeron en ciertas cosas pertinentes a las tierras Saurónicas y en donde develamos un par de secretos importantísimos. Creo.


A las doce de aquella oscura noche nos encontramos con Elías Malaquias en la entrada del Bosque. La cual no es para difícil de encontrar ya que se puede apreciar de forma muy clarita un cartel que dice “Entrada al Bosque”. Conmigo traía la mochila de la escuela pero sin los útiles ni los cuadernos ni las carpetas de dibujo. En sus lugares venían provisiones. Un termo con agua caliente, el equipo de mate de mi mamá, medio paquete de café, un colador de tela, un abrelatas, un cuchillo, una taza con los colores del Club de mis amores (Sportivo 20/21) algunas latas de picadillo, varios emparedados de milanesa, una fotografía de papá y mamá con La Mary y El Abel y una servilleta con la cual tendría que haber ido envuelta una porción de torta, pero que la comí apenas salí de casa. Por los nervios. Elías Malaquias, también venia con su mochila de la escuela, pero en apariencia cargaba con más cosas que la mía. Según el niño más triste del Barrio, aparte de las provisiones, guardaba a su poderosa arma secreta. Arma que únicamente sacaría a relucir ante una “situación extrema… O casi extrema… O cuando sea necesario”. Textuales palabras y titubeos.
Le dimos una última mirada al Barrio y nos metimos al Bosque. Al otro lado de la realidad. Y es notable como El Bosque se transforma en encantado cuando uno entra con ojos de fantasía, porque ya ni siquiera se parece a un bosque común y silvestre. Todo lo contrario. Se transforma en algo que no se puede describir con palabras de ningún tipo. Ni siquiera con palabras chinas, ni con palabras sánscritas, ni con palabras mayas, ni con todas juntas. Se transforma en algo que sobrepasa a todo lo imaginable y un poco más. Pero si debo ser sincero y remitiéndome a mi senil profesor de poesía suburbana, Enrique Da Asky: “Querido Waltercito; de noche todos los gatos son pardos. ¿No se si me explico?”
- ¿Y ahora qué hacemos, Elías Malaquias?
-Tratemos de encontrar a un duende. Ellos tienen amplios conocimientos sobre las regiones Saurónicas y podrán indicarnos como llegar a ellas. ¿Por dónde quedará la aldea de los duendes?
-No se. Lo único que te puedo decir es por donde no queda, porque por ahí queda la cabaña de la malvada bruja Gabriela y ni pienso ir porque me la tiene jurada.
- ¡Ay Waltercito! Siempre metiéndote en algún lío...
-¿Metiéndome?
Así anduvimos no se cuanto tiempo; y cuando digo no se cuanto tiempo, digo horas y horas y horas sin saber cuantas. Ya muy cansados de caminar estábamos a punto de hacer un alto para recuperar energías e inmediatamente proseguir que; dimos unos cuantos pasos más e ingresamos a un claro en El Bosque. Repentinamente el lugar se llenó de luces de antorchas y música muy alegre y tintineos de campanitas y luciérnagas que eran hadas y cientos y cientos de duendes y gnomos que nos aplaudían y nos saludaban. Norberto Suárez, el rey de los duendes, se nos acercó con graciosas reverencias y nos dijo:
-¡Al fin llegaron los últimos caballeros andantes! ¡Pero nunca tan andantes! Ya los creímos perdidos y estábamos a punto de ir por ustedes. Pero por favor, sean bienvenidos al reino. Y pasen sin temores. Tenemos mucho para hacer por ustedes. Debemos prepararlos para el resto de la travesía. Por lo pronto será mejor que vayamos a mi morada. Ahí podrán descansar mientras les hablo sobre las regiones Saurónicas.
La sociedad de los duendes, de los gnomos y de las hadas, pasaba por los árboles. Todo estaba construido, edificado y pensado en razón de los árboles. Ya por ahí un puente colgante y por sobre este, otro, que eran como intrincadas calles que no dejaban a árbol sin tocar y que se reproducían hacia todas direcciones y que se elevaban hacia otro nivel de puentes y estos hacía otros aun más altos. Las moradas de troncos a diferencia de lo que pueda sugerir el tamaño de estos seres, eran más bien notables y hasta inmensas para nosotros, llegándome a causar admiración e intriga por saber cómo habían hecho para edificar semejantes estructuras entre los árboles. Todas ellas disponían de tres o cuatro niveles rodeados por bonitos y espaciosos balcones adornados con plantas y flores muy extrañas y colgantes de plumas multicolores y cristales. En cada entrada ardían dos antorchas, ubicadas de tal forma que no provocaran algún lamentable y catastrófico incendio. Ya en la morada del rey de los duendes, que no difería para nada de las otras, este nos sirvió unos extraños brebajes que nos exoneró del cansancio y nos hizo sonreír.
-Agua de la tranquilidad –nos informó- Es buena de vez en cuando. Sin embargo, su exceso oxida la mente.
Luego nos preparó unos exquisitos platos a base de verduras, quesos y pescados. Y por último, nos pidió que nos acomodáramos en unos asientos grandes y mullidos. Caminó hasta una biblioteca y extrajo un libro muy grueso de tapas metálicas. Lo depositó sobre la mesa y antes de abrirlo nos echó una mirada alegre.
-Es bueno que los hombres, o por lo menos un par de hombres, hayan tomado la decisión de creer. Lo único que me preocupa es que estos hombres sean tan niños. Pero bueno: la vida lo ha querido así; y si la vida lo ha querido así es porque algo se trae entre manos. De todas maneras, mi pueblo y yo tenemos mucho que hacer por ustedes y en muy poco tiempo...
Entonces, el rey de los duendes abrió el libro de tapas metálicas y un sonido a viento lejano se escuchó entre sus hojas.
-Las tierras Saurónicas están más allá de todo posible pensamiento o razonamiento o estructura filosófica o mera idea estética. Las tierras Saurónicas están porque están y son ellas porque simplemente son. Se les desconoce un origen y no se les logra adivinar un final. Generan oscuridad, miedo y muerte y se nutren de esos principios. Todo por esas tierras es desolación y vientos gélidos que muerden con dientes de hielo y que traen lamentos que estrujan el corazón y voces que maldicen al viajante y lo enloquecen hasta la muerte. El cielo es un constante atardecer rojo sangre, a veces cubierto por gruesas nubes que atacan con rayos y centellas; a veces despejado pero no por ello menos amenazador e inquietante y a veces oscuro, completamente negro como la noche, pero sin estrellas. Ya cerca del centro de las regiones Saurónicas, las tierras se abren en abismos sin fondos de los cuales se dicen que pueden llevar a un lugar más terrible que las mismísimas tierras Saurónicas. De todas maneras, los abismos están y deben ser tenidos en cuenta por todo aquel que haya logrado llegar hasta ahí.
“En el centro de las tierras Saurónicas se levanta el castillo mas abominable que mente humana o no humana pueda imaginar. La morada del Dragón Negro. De infinitas torres retorcidas que suben hasta el cielo y luego lo penetran y aun siguen subiendo y ya son agujas en el vacío del espacio. De estrechos y claustrofóbicos pasillos que se tuercen y retuercen y se cruzan con otros pasillos aun más estrechos y que no dan a ninguna parte; o que regresan a los pasillos anteriores o que acaban en gigantescos salones atiborrados de columnas que dificultan el paso y que transforman a los salones en pequeños laberintos tan complicados como atroces. La morada del Dragón, también guarda corredores desmesurados que más bien parecen avenidas pero con techos que se pierden a la vista o que por momentos, bajan hasta la cabeza de quien los transite. Hay escaleras que suben ondulantes y que se topan sin sentido contra los muros o que repentinamente bajan a los sótanos y catacumbas y celdas; y ya abajo, hay otros cientos de miles de niveles todos oscuros y húmedos en donde las escaleras ya no servirán para subir y uno lo único que hará será bajar y bajar. Por la abominable morada, se esparcen jardines, pero no son jardines: son selvas. Selvas perversas y violentas, de negra vegetación venenosa e impenetrable; de flores cuyos aromas quitan la vida de forma inmediata. Son plantas de instintos asesinos y tan rápidas como las bestias más feroces. Todo el castillo del Dragón Negro es una trampa enloquecedora y mortal. A cada paso se abren trampas y se cruzan púas o caen pesadas cadenas con gigantescas bolas que aplastarán al aventurero de forma inevitable.
“Aquel que se atreva a ingresar al castillo para llegar al centro en donde descansa el Dragón, que se olvide de querer llegar el centro y que por sobretodo se olvide de querer regresar, porque nunca lo podrá lograr, ya sea humano o no humano. Sin embargo, existe una forma para llegar al centro del castillo que no es ni por arriba ni por abajo ni pasadizo secreto que lo lleve directamente al objetivo sano y salvo. Y a la vez, es todo lo anteriormente dicho. Solo aquel que tenga la mente clara y despejada y en el momento de un peligro infranqueable, podrá develar tan profundo enigma.
Entonces, el rey de los duendes pasó algunas hojas del libro y entre sus páginas se escucharon gruñidos y aullidos lejanos. Luego me clavó una mirada escudriñadora y sonrió satisfecho porque entendió que yo había develado en parte el enigma. O que por lo menos, estaba bien encaminado.
-Las razas y criaturas que pueblan las tierras Saurónicas son guardianes y a la vez condenados. Estos guardianes se hallan en una especie de estado limboso, de profundo descanso placentero, nutridos por “las terribles aguas de los deseos carnales satisfechos”. Pero cuando el aventurero se atreve a dar el primer paso, las aguas se secan de forma súbita y el descanso se vuelve una tortura. Entonces pues, los guardianes deberán ir a acabar con el atrevido para así retornar al consuelo de la ilusión. De ahí sus iras implacables.
“Mas bien poco es lo que se sabe sobre estas razas y criaturas guardianas. Casi en los primeros tramos de las tierras Saurónicas aparecerán “Los Muertos”. Son lentos y torpes, pero cuando atrapan, sus brazos tienen el poder de causar una muerte inmediata. Y así, los guardianes irán ganando en poder y ferocidad según se avanza por las tierras Saurónicas. Llegando al castillo, en donde las tierras se abren en abismos sin fondos, el aventurero se topara contra el ejército más terrible del universo. Los dragones Duales. Un millón de dragones duales. Estos seres invencibles poseen una extraña particularidad. Pueden hallarse feroces o completamente indiferentes al intruso. Y esto depende del color en que se encuentren. Si están blancos, apuntaran al castillo como si lo acecharan, como si fuesen enemigos del castillo y estuviesen esperando el momento para atacarlo. De todas maneras, que los ánimos del aventurero no se alegren ante la posibilidad de que los Dragones Blancos le ayuden a tomar la morada del Dragón Negro. Ellos mismos construyeron el castillo y saben perfectamente cuan mortal es penetrarlo. Ahora: si los dragones están en rojo, lisa y llanamente son los más feroces guardianes del castillo. Y son un millón de ellos. Y hay que tener en cuenta, pero muy en cuenta, que uno solo de estos dragones basta para acabar con cualquier tipo de ejército o legiones de ejércitos. Entrar al castillo es imposible. Y llegar al centro, es doblemente imposible.
Pero puede suceder que, por una de esas misteriosas circunstancias de la vida el aventurero logre llegar al centro de la morada abominable. Aun así, tendrá que vérselas con el último guardián:El señor de la lucha. Tiene apariencia humana pero no es humano. Es un destructor sin par. Podría él solo vencer al millón de dragones. Por donde el último guardián se mueve, se mueve con el un enorme circulo energético que acaba con todo lo que tiene vida. Acercarse es imposible. Sin embargo, El señor de la lucha tiene un punto vulnerable, absolutamente vulnerable que es a la vez, la más letal de las trampas. Su punto vulnerable es la frente. La trampa es que no podrá ser ni minimamente herido, ni con flecha, ni con lanza, ni arrojando espadas, ni si quiera con miserables piedras u objetos contundentes que le abran la piel; o en caso contrario, se desencadenará su círculo energético expandiéndose por todas las direcciones de las tierras Saurónicas y mas allá. De todas maneras, su punto vulnerable está, y es absolutamente vulnerable.
Entonces, el rey de los duendes cerró el libro y sonrió satisfecho debido a que Elías Malaquias había entendido la cuestión del punto vulnerable del señor de la lucha. Cosa que yo no.
-Niños; cada uno de ustedes ha develado un secreto. Y lo se por como brillan sus pupilas. Sin embargo, para que los secretos funcionen se deben mantener como tales entre el pecho y la espalda hasta llegado el momento. Ahora: vayan a dormir. Al amanecer comenzarán sus entrenamientos, para los cuales solo tendrán cinco días. Pero no se preocupen, porque valdrá lo mismo que cinco siglos.

IV
En donde nos entregan espadas y trajes. Y de cómo nos entrenaron y nos entrenaron y nos entrenaron y nos entrenaron. Y no se imaginan quién nos entrenó.

Tal como lo dijo el rey de los duendes, nos levantaron al amanecer y nos condujeron al claro del bosque que era una especie de plaza principal y lugar para llevar a cabo importantes encuentros concernientes a la sociedad de la aldea. El rey de los duendes nos entregó unas pesadísimas espadas negras no mas largas que nuestras piernas y nos puso al tanto:
-Niños; tienen en sus manos a las famosas espadas de la uña. Ya blandidas contra el enemigo nada las puede detener. Salvo, claro está, otra espada de la uña. Para vuestra suerte, hay dos en todo el universo. Para vuestra desgracia, se la tendrán que ver contra millones y millones de uñas. Pues las espadas de la uña, están forjadas con la uña de un dragón rojo. Cayó del cielo hace miles de años y tuvimos que bajar a un cráter de más de cien metros de profundidad para extraerla. Tal es su poder.
Luego nos entregó unos trajes negros y brillantes que incluían guantes y calzados en una sola pieza. Era una mezcla de goma, cuero y minúsculas escamas. El rey de los duendes nos ordenó que nos vistiéramos de inmediato con esos trajes. Pero para eso, nos fuimos detrás unos pinos, pues nos daba mucha vergüenza la presencia del rey y de otros duendes y gnomos; y principalmente nos daba vergüenza las hadas que estaban ahí de curiosas nomás. Pudimos colocarnos los trajes ingresando por unas aberturas que presentaban las espaldas. Sin embargo, no hubo forma de cerrarlos ya que no tenían ni cierres ni botones ni nada por el estilo. Notando el detalle, el rey de los duendes nos dio instrucciones:
-Coloquen la palma de la mano izquierda sobre el hombro derecho y digan: “ciérrate Nocturno”. E inmediatamente tomen todo el aire que puedan y conténgalo. Por sobretodo no se asusten, pues sentirán una muy fuerte y fea opresión. Eso durará hasta que el traje se termine de cerrar y adaptarse al cuerpo. Luego, ya todo habrá pasado. Estarán tan cómodos con el traje que se creerán desnudos. ¡Háganlo!
Y así lo hicimos. Hubo un rechinar grave y espeluznante; y la opresión no fue ni fuerte ni fea: fue insoportable y espantosa; y el susto no fue tan susto: fue pánico y terror morboso. Pues creíamos que los trajes nos triturarían. Y también sucedió algo que no se nos advirtió. Se produjo un calor infernal y sentí quemarme como si me hubiesen tirado aceite hirviendo. Luego, la temperatura fue descendiendo hasta que dominó un frío glaciar que me golpeó los huesos. Y de repente, ya todo era agradable. Y era muy cierto eso de creerme desnudo. Tuve que mirar y mirar, constatar, tocar y oler mis brazos y antebrazos y manos enguantadas para darme cuenta que estaba vestido.
A todo esto, el rey de los duendes se había acercado hasta nosotros y nos contemplaba con una cara muy seria. Y cuando digo muy seria, digo muy seria y tendría que agregar: preocupadísima. Al vernos repuestos de tan horrible momento sonrío muy feliz y nos dijo:
- ¡Bien! Sobrevivieron a los Nocturnos. Y esta es la prueba que indica que están medianamente dispuestos para pisar las tierras Saurónicas. Otros caballeros acabaron sus aventuras en el mismísimo traje. Ahora son ustedes los dueños y señores de sus Nocturnos. Podrán hacer lo que quieran con ellos. Si desean quitárselo, repitan los movimientos y solo digan: “ábrete Nocturno”. Sin embargo, de ahora en más únicamente se lo quitaran para hacer sus necesidades. El resto del tiempo entrenarán con el nocturno, comerán con el nocturno y dormirán con el nocturno. Como así también: con sus espadas al lado.
“Los Nocturnos, están confeccionados con las pieles de unos terribles demonios que murieron durante una fabulosa batalla en los cielos hace ciento de miles de millones de años. Los Nocturnos pueden soportar casi todo. Hasta me atrevería a decir que lo pueden soportar todo. Sin embargo, no sabemos como reaccionarían ante la embestida de un millón de dragones. No hay que olvidar que fueron las pieles de seres derrotados, y precisamente derrotados por los Dragones Rojos. De todas formas, no hay mejor armadura en todo el universo que un Nocturno. Por las tierras Saurónicas no tendrán ningún problema ante el clima imperante. No importará el frío o el calor que pudiese hacer. El Nocturno proporcionará la temperatura ideal para que el dueño y señor siga estando cómodo y bien. El Nocturno soportará el fuego, el agua y los rayos. Si quieren convertir al Nocturno en una pieza absolutamente hermética, lleven una mano a la espalda y encontrarán una capucha escondida; cubran toda la cabeza con ella y la capucha se adherirá al resto del Nocturno. En un principio no verán nada, pero a los pocos segundos recibirán una visión aun más nítida y clara que la de sus ojos. Si quieren correr la capucha, vuelvan a tocar la espalda y listo. Quien tenga un Nocturno, será invencible y todo lo tolerará. Sin embargo, un Nocturno puede significar una larga agonía. Algunos guardianes de las tierras Saurónicas reconocen al Nocturno y saben que contra un Nocturno no se puede. Entonces, procurarán atrapar al dueño y señor del traje, para mantenerlo prisionero hasta que muera de hambre y sed. En estos casos, no sabemos que es mejor o peor. Cerrar el traje por completo y esperar la muerte; o salir del traje y morir de inmediato. Aquel que use un Nocturno no debe dejarse atrapar; para no ser atrapado hay que ser un experto con la espada; para ser un experto con la espada: hay que entrenar de sol a sombra durante cinco días que serán como cinco siglos; y para entrenar como se debe he traído a la mejor instructora en el arte del combate con espada. Gabriela, la bruja malvada del bosque encantado.
Y ahí estaba Gabriela, la bruja malvada. La que me la tenía jurada desde aquel asunto de Adela. Suspendida en el aire y con los brazos cruzados; metida en un Nocturno rojo sangre; con sus cabellos cuales serpientes y sus ojos echándome fuego y chispas.
-¡Ay, nenito! Realmente no sabes la que te espera. Y si querés tomarlo como una cuestión personal, yo te diría que lo tomes como una cuestión muy, pero muy personal. ¡Esas tierras infernales serán un paraíso en comparación con el entrenamiento!
Y así comenzó el entrenamiento. ¿Qué más quieren saber? Al atardecer de ese día, al cabo de la primera jornada, nos llevaron desmayados a la morada del rey de los duendes. Y eso que un Nocturno lo podía soportar todo.

V
En donde termina nuestro entrenamiento; en donde parece que la cuestión es alentadora y somos domadores de Nocturnos, y un par de cosas más que no son muy interesantes.

Cuando se cumplió el atardecer del quinto día, Gabriela, la maldita bruja malvadísima, nos entregó en pie al rey de los duendes.
-Señor; los niños ya son guerreros. Los mejores que he tenido.
Y dicho eso abandonó la aldea sin más ceremonias ni saludos. El rey de los duendes sonrió satisfecho, como parecía estar cada vez que sonreía y dijo:
-Esto es muy alentador, mis queridos guerreritos. Otros, poderosos hombres de mil guerras, ni siquiera soportaron dos días al rigor de la bruja. Lo importante, es que ya saben manejar sus espadas de uña. Y por sobre todo, han domado al Nocturno.
-¿Y eso qué significa?- le preguntó Elías Malaquias
-Por ahora nada.
Y el rey de los duendes dio un golpe de palmas, un brinco para atrás y nos llevó a cenar a su morada. Luego nos leyó algunos cuentos mientras cebaba mates y por último nos mandó a dormir, porque al día siguiente ingresaríamos a las tierras Saurónicas.

VI
Capítulo en donde somos advertidos sobre un par de cosas más, saltamos por el Túnel que nos lleva a las tierras Saurónicas, quedamos pasmados ante la contemplación del castillo y tenemos una riña con los primeros guardianes.


Y al fin llegó el día siguiente. O sea: día de nuestra partida hacia las tierras Saurónicas. Apenas nos despertaron, el rey de los duendes nos entregó dos cantimploras que eran más bien unos tubos de oscuro cristal y con sus respectivas correas de piel de Nocturno.
-Las cantimploras están preparadas para que suministren una dosis justa y necesaria por jornada. Luego se cerrará hasta próxima y ya no habrá nada que la pueda abrir. Es agua de la tranquilidad mezclada con petróleo del vigor. Sabe un tanto desagradable, pero con ese brebaje ya no necesitarán ni de alimento ni de agua. Así que pueden dejar sus mochilas si quieren...
-No – Dijo Elías Malaquias –Debo llevar mi arma secreta.
-Como quieras. De todas formas, traten de evitar el peso innecesario.
-¿Cómo llevaremos las espadas? – Pregunté.
-En la espalda. Solo apoyen la hoja en el Nocturno y ¡ya!
-¡Como los ninjas! – Exclamé.
-Casi como los ninjas. La diferencia radica en que un ninja es una tonta imitación de un Nocturno
-... O de alguien que usa un Nocturno –Acotó Elías Malaquias.
-Alguien que usa un Nocturno, mi querido guerrerito, es lisa y llanamente un Nocturno.
Y no se por qué, esas palabras no me gustaron ni medio
-Niños; cuando ingresen a las tierras Saurónicas ya no habrá vuelta atrás. De forma inmediata verán que a lo lejos, pero desproporcionadamente a lo lejos, se levanta el Castillo abominable. Deberán caminar día y noche sin descanso durante 24 días. Para ello, les hemos proporcionado las cantimploras mágicas. Y descuiden, aunque quieran beber más de una dosis por jornada no podrán. Si bebieran de más se volverían adictos al brebaje. Ahora, niños; iremos hasta “El Túnel Sabatoniano” por donde deberán lanzarse para caer a las tierras Saurónicas. ¡Me encantan las referencias!
Y dicho eso, el rey de los duendes nos invitó a que lo siguiéramos. Y ya preparados y dispuestos a enfrentar lo desconocido, empezamos a caminar hacia el lado contrario por el que habíamos ingresado a la aldea la primera noche. Al cabo de dos o tres horas de caminar, la tierra se abrió en una grieta enorme, de forma un tanto circular. Un grave sonido a viento salía de ahí.
-El Túnel Sabatoniano – Nos lo presentó el rey de los duendes.
-Eso parece ser muy hondo –Opinó Elías Malaquias desde su eterna tristeza ahora afligida.
-No tanto. El Nocturno lo puede soportar sin ningún inconveniente.
-¿Seguro? –Le consulté.
-Como que me llamo Norberto Suárez, el rey de los duendes.
-¡Bueno!-Exclamó Elías Malaquías- Todo sea porque una dama está en peligro.
E inmediatamente, sin más pérdidas de tiempo y sin despedidas de ningún tipo Elías Malaquias se arrojó por “El túnel Sabatoniano”. Y como yo no podía ser menos, o por lo menos no tan cobarde, le di una última mirada al rey de los duendes y lo saludé.
-Adiós, Norberto Suárez.
Y salté. ¡Ay, Niño del viento!
Y cuando apenas comenzaba a caer, escuché la voz del rey de los duendes que me gritaba: “Mi nombre es Gexel Dan Crua, Gexel Dan Crua... “Y ya se perdió y solamente pude escuchar mi propio grito.
Y ya no se si yo caía o era “El túnel Sabatoniano” que subía, pero lo que haya sido, sucedía a una velocidad terrorífica; y a cada momento tomaba más velocidad y más velocidad y muchísima más velocidad.
De repente, y sin que yo hiciese nada por ello, la capucha me cubrió la cabeza. Y cuando esperaba que se produciera alguna especie de visión como la que supo detallar el rey de los duendes, escuché un poderoso estallido. Un sonido envolvente. Tuve que estar buen rato para darme cuenta de muchas cosas. Que la capucha había reaccionado por si sola para protegerme; que ya no caía y que, por lo contrario había llegado al final del túnel; que el estallido fue mi propio cuerpo al impactar contra la tierra; que me encontraba tendido de espalda en fondo de un enorme cráter producto del impacto; que mi cuerpo no se había percatado de absolutamente nada y que yo estaba en perfectas condiciones. Por lo menos físicas.
Todavía tendido, miré hacia el cielo y lo encontré rojo y nítido. Pero por ninguna parte se veía la negra boca del “Túnel Sabatoniano”. Luego me incorporé, salí del cráter y ¡ay, Niño del viento! Porque aun advertido y mil veces advertido y sabiendo en donde desembocaba el túnel, no pude evitar sobrecogerme ante el panorama tan nítidamente espeluznante que nos rodeaba.
Elías Malaquias contemplaba la lejanía y estaba como sumido en la inmovilidad y el silencio. Por lo que yo veía con absoluta claridad, se trataba de una gigantesca nube de polvo desplazada por el viento. Tras la cual se apreciaban las borrosas formas de una desmesurada cadena montañosa. Cuando la nube se fue disipando la mandíbula se me cayó. Era el abominable Castillo Negro. Abarcaba la totalidad de mi visión periférica y se perdía en las alturas. Sin embargo, lo que acabo de decir no sirve para nada. Imaginen a la montaña más alta sobre la tierra. El monte Everest. 8.848 metros. Sobre el monte Everest, coloquen otro monte Everest y ya tendrán la mitad del abominable Castillo negro.
Elías Malaquias giró la cabeza hacia mí y vi que tenía las cejas escarchadas y le goteaba la nariz.
-Hace mucho frío- me dijo- déjate la capucha puesta.
Y acto seguido. El niño triste se colocó la capucha y la galera y esperó por la visión Luego comenzó a caminar hacia esa atrocidad llamada el Castillo Negro.
La tierra por la cual transitábamos era negra, compacta y surcada por grietas un tanto rojas. De vez en cuando presentaba algunas depresiones sinuosas bastante profundas. Sin embargo, no eran ni abruptas ni tampoco infranqueables. Observando mejor esas depresiones noté que eran ondulaciones de la tierra y que los surcos doblaban hacia el Castillo Negro. Entendí que atravesábamos círculos concéntricos y que el epicentro de las ondas era el mismísimo Castillo del Dragón.
El cielo era rojo sangre y cuando digo rojo sangre, no lo digo con la intención de querer impresionar; lo digo porque el cielo parecía líquido.
-¡Un muerto!- gritó Elías Malaquias.
Y era cierto. O por el momento, casi cierto.
Una mano huesuda y gris salía de la tierra para atrapar el pie de mí compañerito. Al mismo tiempo, el resto del cuerpo se iba desenterrando para dejar ver la lenta e implacable ferocidad de los primeros guardianes.
Noté que por un instante Elías Malaquias no sabía como reaccionar. Pero fue solo por un instante. Luego, a una velocidad increíble, extrajo su espada de uña y cortó la mano huesuda y gris, la que se hizo polvo. Aun así, el muerto prosiguió con su cometido.
Entonces algo se movió a mi espalda. Y conjuntamente con ese movimiento, me reptó un escalofrío. No se cómo, pero giré y ya tenia la espada en la mano. La blandí y vi volar una cabeza. Sin embargo, el cuerpo seguía avanzando hacia a mi.
De pronto, aparecieron otros más. Todos lentos, grises, quejosos y determinantes. Y así, nos entregamos al combate. Que más bien fue un combate bastante fácil, porque no había forma de que nos pudieran atrapar. Supongo que se debía un poco por nuestro tamaño, mucho por el entrenamiento y casi todo por el Nocturno. Pero en determinado momento, Elías Malaquias gritó:
-¡Waltercito, esto está mal! Cada vez son más y nos están encerrando.
Y eso era muy cierto, porque cada vez eran más y se compactaban.
-¡Abrámonos paso y huyamos de acá!- Le grité.
Entonces nos juntamos y comenzamos a abrir una brecha entre esa multitud de muertos que nos culpaban por haberles perturbado el descanso. Y aunque no se trató de una tarea agotadora, fue larga y complicada. Cuando el terreno se fue despejando, decidimos correr y así dejamos atrás a “Los Muertos”

VII
De cómo la cuestión se pone un tanto quijotesca y otro poco don juanesca pero por el lado Castaneda y por último hago un repaso de enemigos.


Las primeras jornadas fueron fastidiosas. Cuando creímos que “Los Muertos” ya no molestarían más, aparecieron otros. A veces de a docenas, a veces de a cientos. Y según las circunstancias, corríamos para evitarlos o nos veíamos obligados a abrir brechas o simplemente nos entregábamos a combatir como para justificar tamaña insistencia. Lo cierto es que fueron jornadas fastidiosas, especialmente cuando llegaba una especie de noche, que en realidad, no era tan noche. El rojo del cielo oscurecía el tono y la lejanía se borraba en una niebla. Entonces pues, “Los Muertos” se presentaban de a cientos y cientos y cientos.
Ya más avanzados en la travesía, “Los Muertos” no aparecieron durante toda una jornada. En cambio, comenzó a soplar un viento muy fuerte y supongo que muy gélido, porque el nocturno levantó una notable temperatura compensatoria. En esa misma jornada, el viento comenzó a arremolinar levantando polvo y soplando en contra nuestra. Luego el polvo se elevó como una nube y dibujó rostros grotescos que nos injuriaban, nos prometían torturas y se burlaban despiadadamente de nosotros. Y creo que Elías Malaquias estaba esperando algo así porque con la frente en alto y el paso mucho mas decidido contestó a los agravios remitiéndose a su ídolo:
-¿Ladran, Sancho? Señal que cabalgamos.
La travesía no fue para nada fácil y el esfuerzo no pasó por lo físico, que para ello se encargaron los Nocturnos y las cantimploras, sino por lo mental. Por lo extraño que nos sentíamos al vernos obligados a no dormir y no parar y tener que caminar y caminar por días y días y aun más días. Se había alojado en nosotros una plenitud de conciencia constante que al principio nos costó aceptarla y adaptarnos. Luego nos sentimos increíbles. ¿Cómo lo podría explicar? Éramos increíbles. Así nomás.
Relatar con cuanto guardián nos enfrentamos seria llenar páginas y páginas con largos combates y hazañas que eran obras de los Nocturnos y corridas que eran decisiones nuestras. Hubo de todo en esos 24 días sin descansos. Serpientes de todos los tamaños; enormes arañas tan grandes como un hombre; caballos que se paraban en sus patas traseras y blandían hachas; guerreros de seis brazos que nos tuvieron a mal traer; amazonas que montaban gigantescos cuervos y lanzaron una lluvia de flechas; nubes que nos atacaban con rayos y centellas y bolas de fuego; caníbales con bocas en las palmas de las manos Hubo de todo. Y a cada paso, el Castillo fue ocupando la totalidad de la visión. Y a cada paso, más nítidos se hicieron los detalles de esa retorcida y diabólica arquitectura.
Y de pronto, la tierra se abrió en abismos sin fondos. Y más allá, había un millón de Dragones Blancos.

VIII

En donde debemos sortear los abismos sin fondos; nos topamos contra el ejército invencible y doy a conocer la única manera de llegar al centro del castillo.

Los dragones estaban en blanco. Eso significaba que no harían nada en contra nuestra ni a favor. Lo cual ya era mucho pedir. Sin embargo, ver a esa masa blanca y palpitante de un millón de dragones acechando el castillo nos dejó prisioneros de un pánico que, por lo menos yo, jamás había experimentado. Y si esas criaturas que me causaron tan terrible y nefasto sentimiento no se animaban a entrar al castillo, ni siquiera quería imaginarme los peligros de la morada del último Dragón Negro.
Lo cierto es que primero debimos sortear los abismos sin fondos, que supuestamente llevaban a lugares peores; pero que, por lo visto se trataba de una exageración, pues no había en el universo nada peor que esas tierras, esos dragones y los peligros del castillo. Sin embargo, los abismos estaban ahí y debimos sortearlos con cuidados extremos, ya que eran como embudos que se diseminaban por todas partes.
Ya cerca de las gigantescas colas de esas criaturas escamosas y palpitantes, mi mente no aceptaba la situación. Algo no encajaba. A mi entender, esa no era la forma de seguir hacia el centro del Castillo. Algo sucedía en mi cabeza. El enigma se estaba revelando por completo.
Notando mi inseguridad, Elías Malaquias me alentó:
-Vamos, Waltercito. Podemos pasar...
Y apenas terminó de hablar, las cosas se complicaron de un modo siniestro. De la única forma en que se complican las cosas en las tierras Saurónicas. Siniestramente.
Por entre las escamas de los dragones reptó una luz roja. Luego fue tomando más y más intensidad hasta que las criaturas quedaron presas en un resplandor de incendio e infierno; y por último, los Dragones Blancos fueron Rojos.
-No puede ser- dijo Elías Malaquias con un hilo de voz.Y apenas terminó de hablar, ese millón de Dragones Rojos dio media vuelta y la tierra tembló de tal modo que caímos al suelo.
Y así les conocimos las caras y ¡Ay, Niño del viento!; ¿Con qué palabras puedo describir esas caras? Creo que no existen tales palabras. Todas se quedan a mitad de camino y apenas, pero muy apenas, servirán para sugerir, no para abarcar. Paradójicamente, lo que más me aterrorizaba era la nobleza que se marcaba en sus rasgos. Esos dragones eran fieles al castillo y lo defenderían hasta la última consecuencia. Claro está, nosotros lejísimos nos hallábamos de ser una última consecuencia. Éramos menos que el cero en sus consideraciones de peligro. Y si mal no había entendido el lenguaje “dragoniano”, buscaron entre ellos a un dragón bebé para que se encargara de nosotros y de paso se divirtiera un poco.
Entonces; vi a Elías Malaquias tomar su espada de uña y ya querer encarar contra las criaturas y… No se. Me dio pena y gracia a la vez.
-No, Elías Malaquias. Quédate quieto o de un soplo nos fulminaran.
-Tenemos que entrar al castillo y para eso hay que abrirse paso entre los dragones...
-Por ahí no. Ese no es el camino correcto. Ese es el camino a una trampa sin salida...
-¿Y entonces?
-Por los abismos, mi buen amigo. Por los abismos que dan a un lugar mucho peor. Por los abismos que dan al mismísimo centro del Castillo. Al centro y epicentro de toda esta atrocidad. Los Dragones Rojos son la señal, el peligro infranqueable y los abismos son el pasaje al centro de la morada. Estaba en el libro de tapas metálicas y estaba bien clarito.
-¿Seguro?
-Como que el rey de los duendes que no sé como se llama. Ahora solo esperá a que te diga y ¡a correr, mi buen amigo!
Había en todo aquello algo a duelo final de viejísima película del lejano oeste. Miradas concentradas, cuerpos tensionados e inmóviles en el suspenso, las gargantas secas, las pulsaciones aceleradas, los alientos contenidos y el espeso silencio entre los adversarios solo profanado por el silbido del viento. Faltaba la música de Enio Marricone y ya era todo un Western Spaghetti.
Entonces vi a un par de dragones inflar sus pechos y ya nos acabarían. Fuego cruzado que le dicen. Y en esto no hay ninguna metáfora.
Esperé unos segundos más. No se por qué. Quizás para guardar por siempre aquel momento en que no era el vulgar y fiel televidente de los sábados, sino la mismísima emoción. Y fue entonces que entendí porque los héroes de mis películas favoritas morían sonriendo.
-¡Ahora!- grité. Y salimos corriendo, disparados, expulsados hacia los abismos.
Sin embargo, hicimos un paso y todo se empezó a mover en ca-ma-ra-len-ta. Y fue hermoso. La postergación del peligro pero ya manifestado; la belleza del suspenso en todo su detalle; la emoción dada con cuentagotas. Vi el fuego evolucionar y expandirse desde las fauces de los dragones. Nacer como un pimpollo y alcanzar la plenitud de un sol. ¿Qué otra cosa se puede pedir para un momento así sino la cámara lenta?: La música. Si. La música. Estilo “Only you” o “Blue moon” o algún bolero de Manzanero. ¡Si! Algo bien incircunstancial y completamente ajeno a la secuencia. Algo que ocasione en el espectador un fuera de campo psicológico y ya lo deje preparado para soportar el siguiente montaje que tendrá que ver con la inexorable muerte de uno de los protagonistas.
Pero no.
Ya caíamos sanos y salvos por uno de los abismos cuando el fuego de los dragones pasaba a toda intensidad muy por encima de nuestras cabezas. ¿Sanos y salvos?
Ahora el peligro era otro. ¿Era el pasaje o no era el pasaje? Esa era la cuestión.

IX
En donde se presenta el final

La caída fue mucho más vertiginosa y prolongada que la que debimos soportar en “El Túnel Sabatoniano”. Y hubo un detalle que me espantó. La capucha del Nocturno comenzó a abrirse y a cerrarse como si no entendiera la situación. No se cuanto tiempo después, nuestros cuerpos perdieron velocidad y de pronto, todo se llenó de luz; y fue una luz muy blanca y hasta espesa, consistente, en la cual parecíamos flotar como si se tratara de un liquido. Luego se produjo un sonido agudo, a cinta magnetofónica que se aceleró. Y ya todo se puso oscuro y nosotros estábamos parados sobre un piso de mármol muy negro y brillante. Nos hallábamos en lo que posiblemente era la nave central de un templo. El techo era una gigantesca cúpula de cristal sostenida por hermosas columnas de mármol rojo. Entre las columnas y sobre grandes rocas en bruto se apreciaban blancas esculturas de ángeles con sus alas desplegadas y espadas en manos. A nuestras espaldas, bajaba una inmensa escalera hacia una oscuridad oceánica. A nuestro frente, se levantaba un altar monolítico aun más rojo que las columnas. Tras el altar, colgaba una tela negra cuatro o cinco veces más grande que una pantalla de cine ¡Vaya tela!
El cristal de la cúpula dejaba ver las palpitaciones de las estrellas, las constelaciones y las galaxias, pero nada en ellas me resultó minimamente familiar. Luego, observé mejor y entonces me percaté que algo de familiar tenían pero que todo estaba invertido, como si estuviera parado en el otro lado de donde las sabía contemplar.
Reinaba un silencio absoluto, perfecto, limado y comprimido. Nada se escuchaba, ni siquiera nuestras respiraciones. De todo lo que había ahí, eso fue lo único que me inquietó. El silencio. Sin embargo, no duró demasiado, pues fue roto por unas suaves pisadas de pies descalzos.
Entonces, apareció un hombre alto y majestuoso. Vestía ropas de oro y suntuosas telas de color violeta; bellísimos bordados en hilos rojos y amarillos representaban batallas y contiendan de tiempos inmemoriales; la cabellera de este hombre era azul y larga y la arrastraba por el mármol del piso. Su piel era blanca y sus ojos grises, no tenia ni cejas ni pestañas. Caminaba elegantemente. En ello había un dejo de desgano y desdén. Acaso un leve amaneramiento. Era el Último Guardián.
-Niños, niños, niños –Dijo y suspiró- contados con los dedos de una mano son los que llegan hasta el centro del castillo y cuando eso sucede, al cabo de este sempiterno aburrimiento, resultan ser un par de niños en sus terribles trajecitos Nocturnos. Esperaba algo más emocionante.
-Será muy emocionante- le juró Elías Malaquias.
-No me caben dudas –Se burló El señor de la lucha.
-De todas formas, supongo que habrán sido advertidos. Tengo un punto débil, muy débil. Nadie es perfecto. Lo único que les pido es que sean responsables en el instante de la contienda. Si en sus intenciones se haya la loca idea de arrojarme flechas, lanzas, espadas o tan siquiera piedras a la frente, les advierto que la más mínima herida desencadenará toda mi energía devastadora. Eso seria lamentable y lo digo muy en serio, niños. Vuestra irresponsabilidad podría costar una galaxia. A cambio, seré piadoso y les brindaré una muerte muy rápida e indolora.
Y si por mi hubiese sido, le arrojaba mi espada de uña entre ceja y ceja, solo para acabar con semejante pedantería y engreimiento. Y ya casi lo estaba haciendo cuando de repente se produjo un sonido grave y eléctrico; y el Señor de la lucha quedó envuelto de luz. Luego la luz se expandió y formó una inmensa esfera.
-Adiós, niños. –Dijo y comenzó a avanzar con su paso descalzo y elegante.
Entonces, Elías Malaquias se quitó su mochila y extrajo su poderosa arma secreta y ¡Ay, Niño del viento! . No sabía si reírme o llorar.
Era nada más y nada menos que una pelota de fútbol número cinco. Su favorita. Un obsequio de su abuelo. El balón oficial del mundial 78.
La hizo rebotar con la mano. Una, dos, tres veces. Cuando se elevó en el último rebote le pegó un derechazo con el lado externo del empeine. Con efecto.
Y esta vez, las cosas no sucedieron en cámara lenta. Fue todo lo contrario. Fue un cañonazo directo a la frente.
¡Pum! se escuchó.
Y luego reinó el silencio. Aquel primer silencio absoluto, perfecto, limado y comprimido. Pero cargado de amenaza y malos augurios. Silencio expectante que sabia a destrucción de la galaxia.
El Señor de la lucha estaba inmóvil, desconcertado. Ensayó una sonrisa pero no la pudo plasmar. Luego miró el entorno como si buscara en el exterior las respuestas a sus más fatales dudas y por último le clavó sus ojos grises a Elías Malaquias.
-Esto es bochornoso. Humillante…- Declaró y ya se desplomó al piso.
Mientras la energía del Señor de la lucha desaparecía, Elías Malaquias suspiraba. Eso significaba “gol”. O algo por el estilo.
Y no terminábamos de salir una que ya entrábamos en otra. Esa tela negra, cuatro o cinco veces más grande que una pantalla de cine, se agitó detrás del altar y empezó a avanzar hacia nosotros. Y de pronto ya no era una tela sino un dragón negro, negrísimo y furioso; y embistió haciendo temblar todo y ya estuvo encima nuestro; y golpeó el piso con una de sus patas delanteras, y con sus garras abrió tres enormes y profundísimos surcos en el mármol; y yo quise blandir mi espada en el medio de ese vértigo, pero ella voló de mis manos sin que supiese cómo. Y todo eso sucedió en menos de siete segundos. O quizás menos. No se en realidad.
Cuando pude reaccionar, noté que Elías Malaquias y yo estábamos tirados en el piso y separados por los tres surcos en el mármol. El Ultimo Dragón Negro nos observaba desde el mismísimo lugar de donde había salido. Creo que sonreía.
-Bien- Dijo Elías Malaquias mientras se ponía de pie- No podremos contra usted. Sin embargo, hemos cumplido con nuestra parte. Ahora usted libere a la niña. Es lo único que nos interesa. Luego haga lo que quiera con nosotros.
El Dragón Negro se mantuvo en silencio. Luego levantó la cabeza y rugió; y fue como si un trueno se hubiese producido a escasos metros de nosotros. Entonces lanzó fuego y las llamas golpearon contra el cristal de la cúpula y bajaron siguiendo la forma de la construcción.
Después, caminó hacia un costado y ya no era un dragón sino un hombre muy hermoso y joven de largos cabellos negros y vestido con un Nocturno.
-Ya la devolví a sus padres.
- ¡Mentiras! –Gritó Elías Malaquias.
-Un guerrero dragón nunca miente, Elías Malaquias. La devolví cuando ustedes pisaron las tierras Saurónicas. Eso era lo único que estaba esperando para devolver a la niña. Igualmente la hubiese devuelto si ustedes no sobrevivían al Nocturno.
-¿Qué significa todo esto?- le pregunté.
-Que ya no soy el Último Dragón. Ahora somos tres.
-¡Nosotros no somos dragones!-Declaré.
-Si que lo son, Walter Astronauta. Desde el momento en que ingresaron al bosque lo empezaron a ser; y se completaron cuando sobrevivieron al Nocturno. Ustedes son Dragones Negros. Somos Dragones Negros.
-¿Y el entrenamiento y los guardines y las peleas y los rayos y las caídas y las corridas y todo eso?- Interrogó Elías Malaquias.
-Derecho de piso. Los mismos derechos de piso que ustedes, niños crueles, le hacen pagar a los recién llegados al Barrio.
-Nosotros no hemos querido nada de todo esto.-Protesté.
-¿Acaso los niños que llegan al barrio son los que toman la decisión de mudarse? . Sin embargo, esto va mucho más allá de un simple y buen niño que se mudó de barrio y debe pagar derecho de piso. Todo fue preparado para que ustedes vinieran hasta mí. ¿No se dan cuenta? ¿Acaso no lo notaron? El único gran peligro que corrieron fue cuando se vistieron con los Nocturnos, cuando cambiaron sus pieles humanas por la piel de los dragones. Todo lo demás fueron pruebas de adaptación a sus nuevas condiciones. Debían conocer sus nuevas virtudes y posibilidades y por sobretodo: debían tener plena conciencia de sus nuevas vidas. Ya no son simples humanos. Son algo más que eso. Son Dragones. Son los guardianes de la imaginación.
-¿Y cuando se nos pidió permiso?- Le inquirió Elías Malaquias.
-Ustedes solitos pasaron sin permiso –Declaró el hombre dragón que dejó de ser tal para adoptar la forma del rey de los duendes – Nadie les obligó a venir. Ustedes solitos vinieron por sus propias cuentas y riesgos. El rapto de la niña fue solo para sondear si en el mundo aun quedaba alguien que creyera. Y ahí están. Dos niños del Barrio de la eternidad. ¡Y qué digo niños! Dos grandes Niños Dragones.
Y el rey de los duendes pasó a tomar la forma de la bruja malvada y dibujó un círculo con la mano derecha y el aire se llenó de imágenes.
-Miren- nos pidió la bruja.
Y vimos: a señores muy serios viajando en aviones y con sus computadoras portátiles; a largas e interminables filas de seres tristes y resignados procurando obtener un puesto en alguna fábrica; a señores prometiendo el paraíso de la dignidad a cambio de votos y que en definitiva solo entregaban tierras yermas y desiertas; a niños en escuelas que parecían fábricas y a esos mismos niños ya hechos hombres en fabricas que parecían infiernos y a esos mismos hombres en infiernos que parecían hogares; y vimos chicos en la calle; y a familias durmiendo a la intemperie; y a padres borrachos; y a madres drogadictas; vimos hospitales silenciosos en donde señoreaba el dolor y la muerte; y vimos a esos mismos hospitales ya laberintos de la burocracia y la prepotencia de los empleados; vimos cárceles y cementerios; vimos el amiguismo del poder y la maraña de la justicia...
-Sigan mirando- Ordenó la terrible bruja del bosque.
Vimos al hombre crear dioses que se ajustaban a la medida de la ambición del hombre y al temor de los sometidos; y le vimos culpar sus faltas a seres que eran como dragones o como hombres dragones; también le vimos crear a un demonio que se asemejaba a una cabra pero que en realidad era un chivo expiatorio; vimos la iluminación de Mahoma que más bien parecía un ataque de epilepsia, y luego vimos las fanáticas consecuencias de ese ataque; vimos a un dios intolerante hacer y deshacer, y luego aplacar su ira con la muerte de su hijo; vimos guerras y más guerras y más guerras e infinitas guerras en nombre del único Dios, del bien, de la familia, de las buenas costumbres, del rebaño, de la bandera bendecida por el único Dios y de la patria en donde habita el único Dios.
Entonces, la bruja malvada tomó la forma de Pedro Grimmanante y las imágenes cambiaron por las del Quijote en todas sus hazañas y desventuras y Elías Malaquias dio un golpe de palmas y un saltito y le vi las ganas de querer ir a darle un abrazo.
Luego se presentaron Romeo y Julieta en el balcón; y luego a Jesús hablando sobre amor y no sobre guerras; y luego las mil y una noches pero en sus partes mágicas, no fundamentalistas; y luego el Buda sonriente; y luego el eterno niño Krsna; y luego el Principito; y luego Frodo y Sócrates y San Francisco de Asís y Confucio y Akira Kurosawa y Alejandro Dolina.
Y de pronto, ahí estaba el hombre dragón.
-Ya son los guardianes de la imaginación y quizás algún día seamos muchos más o quizás logren acabar definitivamente con nosotros. Quizás, ya dejen de vernos cuales terribles demonios, principio y causa de todos los males y perversiones del hombre o quizás, sigamos siendo los eternos malditos, los falsos y necesarios antagonistas de un Dios igualmente falso y necesario. No lo se. Lo único que sé es que ya no estoy solo.
-¿Y ahora?- Le preguntó Elías Malaquias.
-Volverán a sus hogares y al pasado.
-¡¿Cómo?!-Exclamé. Eso del pasado me dejó perplejo.
-Volverán al mismísimo instante en que escapaban de sus casas para venir acá. Pero ya no será necesario que vengan.
-¿Y nos acordaremos de todo esto que ha sucedido? ¿Recordaremos el futuro?
-Por supuesto, Elías Malaquias. Será inevitable. Seguirán con sus vidas y al sexto día la niña Francisca volverá con sus padres. ¡Y no intenten hacerse los profetas! Serán tratados como locos, o en el mejor de los casos como mentirosos. Sin embargo, lo peor ocurriría si sus anuncios se confirman y ya serían vistos como fenómenos, como seres extraños y dignos de cuidados y supersticiones. Al fin y al cabo, la mejor estrategia es la de pasar desapercibido.
-¿Qué haremos con estos trajes y estas espadas y estas cantimploras? –Le consulté.
Entonces, el hombre dragón me miró con un gesto de consternación.
- Yo no veo trajes, Walter astronauta. Yo solo veo pieles de dragones. Sus pieles –Y se rió- Pero no se preocupen. A la vista de los humanos, esas pieles serán invisibles. El resto de la gente solo podrá ver a los niños de siempre. Ahora cierren los ojos, hermanitos míos. Regresarán a sus hogares y todo transcurrirá normalmente. Pero cuando llegue la noche, serán movidos por la conciencia del dragón y saldrán con sus pieles relucientes a recorrer el mundo. Inspirarán a los artistas, a los poetas, a los escritores, a los músicos, a los pintores, a los pensadores; incentivarán con sus llamas de dragones la pasión de los enamorados; y por sobretodo, entrarán en constantes combates contra la mediocridad del hombre… Y que el verdadero creador se apiade de nosotros y nos sepa perdonar.

Y así, regresamos a nuestros hogares, tal cual lo advirtió el hombre dragón. El Dragón Negro. Que no tiene un nombre sino muchos, los cuales me reservaré para evitar controversias.

EPILOGO
La niña Francisca regresó a su casa al sexto día de su desaparición. Los padres la encontraron durmiendo muy tranquilamente en la camita de su cuarto. Sin un rasguño, sin recuerdos traumáticos, ni secuelas de ningún tipo. Nadie tiene una explicación.
Elías Malaquias y yo seguimos siendo los mismos de siempre. Elías Malaquias: el niño triste y virtuoso del balón; y yo: bien gracias.
En cuanto a nuestras actividades nocturnas, estamos muy ocupados. Y eso es bueno. Por lo menos para nosotros... Y no se qué más puedo decir. Espero que se hayan entretenido. Y...

... Me olvidaba: Elías Malaquias, todas las santísimas tardes y después de su merienda, le sigue tocando el timbre a los Arcangelitos. Un matrimonio muy joven y bonitos ellos. A veces lo atiende el marido, a veces lo atiende la esposa, a veces ambos. Pero siempre, siempre, lo atienden con sonrisas cariñosas. Entonces, Elias Malaquias les hace su única e incansable pregunta.
-¿Ha nacido mi amada dama?
Y el resto ya lo saben. Sin embargo, hoy, justamente hoy, fue atendido por la bonita esposa, Ángela de Arcangelitos. Y hoy justamente hoy, la jovencita se tocó el vientre y con una sonrisa de sol le respondió:
-Ya viene, Elias Malaquias, ya viene...
Y el niño salió volando como el dragón que es a festejar por los cielos.