El equilibrista del horizonte.
Quizás sea un Truhán. Y como tal, es simpático. Pero es simpático porque dentro de su “Truhanismo” no pasa a ligas mayores y aquí se queda. Entre nosotros. Los que tal vez seamos muy truhanes. La cuestión es que el equilibrista del horizonte se gana la vida haciendo equilibrio sobre la línea del horizonte; y si uno le pregunta cómo se llama responderá: “Amanecido Fernández. A sus órdenes”. Es viejo, es muy viejo. Bien puede tener 22 o bien puede tener 77.O quizás 66. No lo podemos precisar. Y mucho que tampoco nos importa, porque ceba mates muy ricos, hace payasadas y da graciosos saltitos con una pierna mientras que su moño violeta le gira como una hélice en el cuello de su camisa. O sea: es un hombre bueno que ha superado la barrera de La Apariencia. La que hemos fijado de la siguiente manera: 12 para los niños, 15 para las niñas.
El equilibrista del horizonte puede resultar un truhán (y de hecho, para mí lo es) pero nadie puede negar que se gana la vida haciendo peligrosos equilibrios en el horizonte. Una vez le pregunté si eso de andar haciendo peligrosos equilibrios en el horizonte no se trata en realidad de una parábola que intenta significar el esfuerzo que le cuesta ganarse el pan yendo de un lado para el otro, haciendo cualquier cosa que se le presente con tal de no caer en la desocupación; a lo que me respondió que, no sabía lo que era una parábola y que el se ganaba el pan de una sola manera: haciendo equilibrio en el horizonte. Y con respecto a la desocupación, opinó que peor está la educación y que ya lo dejara de molestar con tantas preguntitas tontas.
Amanecido Fernández usa un traje negro, siempre impecable y bien planchadito. Es una divinura. Lleva puestos sus zapatos para hacer equilibrio de forma permanente. No digo que hace equilibrio de forma permanente, digo que siempre lleva esos zapatos para hacer equilibrio y están en completa armonía con el color de su traje. Aunque debo confesar que no se muy bien si el negro es un color o qué. Ángel Miguel Bosco, mi amiguito el artista plástico, me dijo que el negro es la combinación de todos los colores. -¡Y vaya que es divertido el negro ese!- Exclamó Ángel Miguel.- ¡La combinación de todos los colores! ¿Existe algo más divertido que combinar todos los colores?- E inmediatamente le pregunté: ¿Y entonces por qué se usa el negro para el luto? . A lo que me respondió: “No se. Soy artista plástico, no asesor en colores emocionales...”Y me tapó la boca.
Amanecido Fernández, completa sus vestiduras con una radiante camisa blanca, la que se me ocurre que es la falta de todos los colores y la esposa del negro. Y por último, rodea el cuello de su camisa con ese moño violeta que hace girar como una hélice para que nosotros nos despancemos de la risa y así ganarse nuestra simpatía. La cual no es muy fácil de ganar. Porque a veces somos crueles. Y somos crueles porque si.
Los más despiadados, opinan que el equilibrista del horizonte se asemeja a un mozo de medio pelo de restaurante de medio pelo. Y para colmo, a un mozo de medio pelo sin bandeja. Me gustaría opinar lo contrario, porque en definitiva, Amanecido Fernández es un buen hombre, pero la objetividad obliga y se me ocurre que es tan cruel como nosotros. Algunos le hacen notar el detalle (el detalle de que se asemeja a un mozo sin bandeja) y exclama: ¡Atrevidos! Y se va echando pestes para no volver por 3 o 4 días. Lo que quiere decir que es un enojo bastante largo para un hombre tan bueno. Alfredo Froido, el niño psicólogo, lo contempla marcharse mientras se rasca la pera y opina: “Hay algo que no me cierra, hay algo que no me cierra...” Y luego se estremece.
El equilibrista del horizonte, asegura que conoce la eternidad y el infinito, La Julieta y El Romeo del universo. Lo cual se cae de maduro que La Julieta eternidad y El Romeo infinito andan por ahí, por ese tan impreciso y borroso horizonte, ese fugitivo impecable, ese ladrón de nuestros ojos… Y creo tengo un par más de metáforas, pero las dejo ahí; porque yo, de poeta no tengo ni la tristeza.
-¿Y? ¿Cómo es la eternidad y el infinito?- Le pregunté un día cualquiera. Y fue un día cualquiera hasta que me respondió; porque a partir ese día siempre se lo recordará como El día de las revelaciones del equilibrista del horizonte
-¡¿Cómo es la eternidad y el infinito?! ¡Me extraña que todavía no lo sepas! ¡Me extraña que ninguno de ustedes lo sepa...!
-Yo lo se, yo lo se…- Saltó Pedro Grimmanante, el escritor empedernido de cuentos infantiles, levantando la mano como si quisiera pasar a dar la lección que yo no estudié.
-¡¿Qué sabes vos, oreja?!- Le cuestioné al mismo tiempo que le di un codazo como para que se quedara tranquilo. Y Pedro, será un sensible escritor empedernido de cuentos infantiles, pero no tiene ningún inconveniente en meterte un buen par de sopapos si la situación lo amerita. Y en eso estábamos, hasta que Amanecido Fernández nos tuvo que separar como casi siempre lo hace.
-¿Lo ven? ¿Lo pueden ver? A esto me refiero. ¿Es que no se dan cuenta? ¿Será posible que los niños de este barrio todavía no se den cuenta de lo que pasa y de lo que no pasa?
Pedro se tapaba un ojo y yo me tapaba la nariz; y no sabía si decirle a Pedro que cuando lo agarrara lo iba a hacer sonar, o si decirle a Amanecido que se explicara. Supongo que me encontraba en el mismísimo horizonte de la duda. De todas formas, opté por Amanecido, pero me reservé para Pedro. La cuestión entre nosotros no quedaría así nomás. O sea: se nos hincharía.
-Este barrio...-prorrumpió el equilibrista del horizonte luego de suspirar-...es el barrio más extraño, hermoso y terrible que se pueda encontrar en el universo.
Y lo hubiésemos interrumpido para decirle que no se meta con El Barrio. Pero con eso de extraño, muy hermoso y terrible, nos dejó indecisos y no supimos qué hacer.
-Este barrio casi no existe. Pero está. Es como el horizonte. Y es tan lógico e ilógico como el horizonte mismo. Es un acto de fe. Ustedes y el horizonte son actos de fe. La fe se narra, pero no se explica; se cuenta, pero no se prueba (entre ustedes y el cristianismo no hay muchas diferencias). Son y están por un acto de fe y amor. Ningún fundamento filosófico sostiene sus existencias, ninguna estructura racional puede atrapar al horizonte. Tampoco hay un científico que lo pueda medir, pesar o tocar. Ustedes son los niños eternos que existen en un barrio infinito que se aloja en la mente de alguien que ha decidido conservarlo muy lejos del paso del tiempo y de la mismísima vida. Ustedes están acá. En el horizonte…Por eso yo soy el equilibrista del horizonte. Porque estoy acá.
-¿Niños eternos?
-¡Niños! Niños eternos, niños de la eternidad, grandes niños, niños que han ido a la escuela o que van (según lo pida la historia), niños que atraviesan la secundaria, niños que siguen alguna carrera y se reciben o no, niños que se casan escabrosamente con las niñas que aman para que luego todo siga produciéndose bajo la misma inocencia y crueldad que genera la vida de este barrio infinito. Mírense. Mírense. Ni siquiera pasan el metro y medio. Y ya son doctores y licenciados y artistas y fracasados y se siguen agarrando a las trompadas como los niños que son. Simplemente fueron, son y serán niños. Hagan lo que hagan o dejen de hacer. Son niños eternos. Dioses en potencia.
-¿Y nuestros padres?
-Sus padres han sabido conservar muy bien el secreto. Si ustedes les llegaran a preguntar a sus padres qué sucede en El Barrio, qué secreto esconde, cual es la verdad: ellos dirán que no sucede nada, que no existe ningún secreto y que la verdad es como el horizonte. Nadie crece y nadie muere. Porque si llegara a suceder lo contrario en El Barrio de la eternidad, eso, eso seria un cuento fantástico.
Y el equilibrista de horizonte dio un gracioso saltito con una pierna y el moño violeta le giró como una hélice y nosotros nos despanzamos de la risa.
Poco antes de irse nos prometió que para la próxima vez nos explicaría (y con lujos de detalles) cómo vienen los bebes al Barrio de la eternidad.
Y ese fue El día de las revelaciones del equilibrista de horizonte.
Para muchos es un truhán, para casi todos es un buen hombre. Pero para mi Papá…Para mi Papá es el mismísimo Demonio. Y cuando dice Demonio, lo dice con un tono que a mi me da miedo, porque mi Papá, mi Papá nunca miente.