jueves, 19 de junio de 2008

CAPITULO TRECE

Crónicas robadas a nuestro nunca bien ponderado Julio Viernescronos, escritor de ciencia-ficción-nostálgica.

-Esto fue lo último que escribió.- Les avisé a todos- Me lo vendió Simón Templar, el niño ladrón. Es el manuscrito original. Puño y letra de Julio. ¿Qué tal?
-¿Y de qué se trata?- Me preguntó Pedro Grimmanante.
-No se. Habría que leerlo. Lo único que te puedo decir es que luego de esta “obra”, Julio Viernescronos se volvió famoso, exitoso y todas esas cosas por el estilo que tanto ambicionan los artistas en general. O sea, todos.
-¿Y cómo se llama la “obra”?.
-“Para saber como suena un motor”.
-¿Aha?
-Aha, Pedro. ¿Lo leo o no?
-Leelo nomás. Total…
-¡¿Total qué?!
-¡Total nada! ¡¿Lo vas a leer o no?!
-¡Basta ya!-Intervino Alfredito Froido-¡¿Hasta cuando van a buscar cualquier excusa para agarrarse a las trompadas?! ¿Son locos o qué? Y dale de una vez, Waltercito. Lee esa cosa…





Para saber como suena un motor.
Año 2.607, Hemisferio Sur, Nueva Argentina, Célula Provincia CBA, Célula Ciudad RC


Estoy atado al pasado. Me refiero al siglo XX, problemático y febril. Lo conozco tan bien como si hubiese nacido en el, como si hubiese paseado por su historia. Lo se todo. Desde el nombre de la primera persona que nació en el siglo XX hasta la que murió con el cambio del siglo y del milenio. Paradójicamente se trató de la misma persona: Elequias Bleunier, un hombre muy rico y culto que jamás salió de su aldea y menos aun, jamás salió de su mansión. Sufría de agarofóbia. Dije que lo se todo con respecto al siglo XX y eso se lo debo a los archivos de nuestros museos, en los cuales me he pasado años y años metido en ellos. Leyendo, escarbando, investigando, analizando, constatando, midiendo, comparando y hurgando en las entrañas y en las pieles de ese siglo al que me siento tan atado.
Mi amor por el siglo XX va de la mano con mi fanatismo por el cine y los relatos de ciencia ficción de aquellos tiempos. Ya lo se. Ni el cine ni la ciencia-ficción nacieron en el siglo XX. Sin embargo, maduraron en ese siglo hasta el tamaño de la admiración absoluta. He visto todas las películas que en esos tiempos se hayan filmado y he leído todos los relatos de ciencia ficción que ahí se hayan escrito. Y todo esto me da un poco de gracia. Si aquellos autores y directores pudieran ver este “futuro” que ellos imaginaron, quizás se sientan un poco defraudados y decepcionados. Así como también, otros respirarían aliviados.
El cielo sigue siendo el mismo y hasta quizás mucho mas diáfano. Y en eso Alvin Toffler tuvo razón: Se acabaron los recursos petrolíferos y la humanidad tuvo que volver a las fuentes renovables. Ahora todos los vehículos se mueven por la gracia y la obra de la energía solar y usted, habitante del siglo XX, no se daría ni una pálida idea de cuan escuálidas lucen las Harley Davidson. Cualquier bicicleta de su época ostenta más dignidad que una de nuestras motos modelo 2.600. Seré sincero: prefiero todos los inconvenientes de la contaminación, pero que una moto suene como Dios manda. A moto, a potencia, a trueno. Si, señor.
Lejos de lo que se creía que con el regreso a las fuentes renovables se produciría un estado de “Células-comunas”, algo así como “Micros-países” completamente independientes dentro del gran país, las ciudades siguieron creciendo de forma desproporcionada como supo suceder durante plena revolución industrial. ¿La causa? La responderé con la gran pregunta que se hizo en su momento: ¿Qué hacemos con todos esos estudiantes de arquitectura? ¡Pues que vayan a levantar edificios! Y así fue. Se levantaron edificios, barrios enteros de edificios, ciudades enteras de edificios que superaban los 4.500 metros de altura. Si, señor. Había demasiados estudiantes. Hoy por hoy, el gran negocio lo tienen las empresas de demolición… Y no dan abasto.
Eran monumentos a la desolación. En algunos no vivía nadie, o vivía una persona, o cuando mucho una familia: Papá y Mamá embarazada. “¿Y de dónde vamos sacar tantos muebles para llenar tanto espacio? El sueldo no da para mas; ¿Y si llevamos la licuadora al Penthouse, como para que lo decore un poco?; ¡Ni soñar!, no voy a subir 10.000 pisos por un licuado de banana; ¡Ay Walter!, tengo un antojo de chocolate, ¡Ay Julia, justo ahora que estamos en la terraza!” Y así transcurría la vida (Y aun transcurre) en uno de esos monstruos de 4.500 metros de altura. Sin embargo; y por una cuestión de comodidad, en otros de esos “Penetracielos” se puede encontrar a toda la población de una ciudad. Casa, trabajo, comercio y esparcimiento al alcance del ascensor. Si es que funcionan, porque la mayoría de las veces los ascensores no funcionan. Y para colmo son pocos. Los arquitectos no habrán escatimado en materiales (de hecho, usaron todo el material) pero la opinión especializada es que se quedaron cortos en ascensores. Y todo esto tiene una explicación bastante complicada que radica más en las fobias que en el presupuesto. Yo no se qué pasó con esa camada de profesionales, pero la cuestión es que todos salieron de la facultad aborreciendo el vació. Ni que hubiesen sido griegos. Parece que la mera idea de un pozo en las entrañas de sus obras les llenaba de espanto. Ahora se ganan la vida vendiendo cubanitos (rellenos por supuesto) en las entradas de los subtes. Que tampoco funcionan.
Y hablando de fobias. Entre algunos inquilinos-ciudadanos de esos edificios, especialmente los que viven a más de 2.000 metros, se han producido casos de fobias extrañas: Pánico a la bajura, temor a los enanos, etc. Otros padecen alucinaciones, sin embargo, no se puede determinar muy bien si es por la altura o por otros factores.
Creo haber dicho que los recursos petrolíferos se acabaron definitivamente. Eso sucedió apenas entrado el siglo XXII, ocasionando que la carrera espacial se detuviera y que los grandes aviones dejaran de funcionar. Así como también los pequeños aviones o los aviones de cualquier tamaño que funcionaran a combustible. O sea: casi todos. Los más afectados fueron esos señores muy serios que volaban con sus computadoras portátiles y por supuesto: Las Aerolíneas. Los pocos aviones que hoy se pueden llegar a ver se mueven a energía solar y son monoplazicos o biplazicos o cuando mucho: triplazicos. En estos días, el caribe es un lugar muy, pero muy lejano como para ir a tomar unos tonos. Digamos que sigue siendo un sueño.
En el siglo XX se habló de alternativas para crear energía y combustión. Por ejemplo: El desperdicio de los animales. Su guano dicho de manera brutal. Se probó, por supuesto que se probó. Debido a la demanda, esos “Criaderos procesadores” llegaron a abarcar dimensiones escandalosas. Los gobiernos (y quizás muy acertados en sus decisiones) obligaron a esas enormes plantas a que se retiraran de la ciudad lo mas que pudieran y un poquito mas. Las razones eran aromáticas. El alejamiento de estas plantas ocasionó lo que hoy se conoce como el círculo Lansky de la necesidad: La mayor parte del gas producido se gastaba en los vehículos necesarios para transportar el mismo gas. Ahora esas plantas son bonitos zoológicos en los cuales predomina la cantidad sobre la variedad. Todos los animales son cerditos y cerditos y cerditos. Muy simpáticos ellos. En cuanto a los vehículos…Bueno. Decoran las carreteras y de un modo... ¿Cómo lo puedo decir?... Patético. ¿Y los gasoductos? se preguntaran los entendidos del siglo XX. ¡Ay, los gasoductos! Hubiese sido una excelente solución si hubiese quedado material para construirlos. Los arquitectos se gastaron todo en sus monstruosos edificios. ¿No lo había dicho?.
¿Escuché mal o alguien preguntó por la energía atómica? Escuche bien. Alguien preguntó por la energía atómica. Entonces yo tendría que reírme a mandíbula batiente. Pero no lo haré para evitar las ofensas. Quizás, usted insista y pregunte por vehículos movidos por la energía atómica. Y yo, en cambio le preguntaré si usted no anda leyendo mucha ciencia ficción, pero de La Fantástica. Un vehículo movido por energía atómica, lisa y llanamente debe llevar en su interior nada más y nada menos que, una pequeña central atómica con empleados y todo. Y quizás usted siga insistiendo y ya solo se reduzca a preguntar por la energía atómica. No se olvide de que estamos en el año 2.607 y no se olvide que ya en el mismísimo siglo XX el uranio era escaso. ¿No se si me entiende? Al uranio no se lo puede obtener soplando y haciendo botellas, o levantando rocas y ¡ya!, o pronunciando abracadabra. No señor. Hágame el favor de preguntarle a su físico nuclear amigo qué se debe hacer para obtener un poco de uranio y al cabo de la explicación, usted se vera sumergido en el mas hondo de los pesimismos Kafkaianos.
“Este” futuro que muchos se imaginaron no es ni tan catastrófico ni tan tecnológicamente avanzado. ¡Es patético e insulso!... ¡¿Qué esperaban?! ¡¿Qué esperaban por Dios?! ¿Viajes espaciales? ¿Qué viajes? ¿Qué espaciales? Todo se acabó cuando el petróleo se acabó. Y usted tiene toda la razón: Las naves espaciales bien pueden viajar por el cosmos movidas por la energía solar y aprovechando el impulso gravitatorio de los planetas. Por supuesto que se puede. ¿Pero de dónde sacamos el kerosén refinado e hidrogenado para que los cohetes atraviesen la atmósfera? A ver: ¿De dónde?
La esperanza soy yo. Si. La única esperanza soy yo. O en caso contrario terminaremos en las cavernas.

II


Mi padre, Arturo Camilo Clark, gastó su vida en la construcción de dos maquinas maravillosas. Y para ello trabajó paralelamente. Por un lado, construyó una máquina para el “Gobierno global”: El duplicador y multiplicador Clarkiano. Por el otro lado, construyó un maravilloso aparato en los sótanos de nuestra residencia: La máquina de Wells. La máquina del tiempo.
Mi padre murió hace un par de días y justamente hoy por la mañana recibí la herencia y un sobre lacrado conteniendo un importantísimo mensaje para mí. La misión. La misión que podría renovar el petróleo. El mensaje dice lo siguiente:
“Querido y atolondrado hijo mío:
“Antes que nada quiero que sepas que nunca te perdonaré que te hayas recibido en arquitectura. Esas atrocidades que levantaron no pueden ser perdonadas ni por el mismísimo Dios. Ahora bien: de ti dependerá, mi querido y atolondrado hijo, el camino de la humanidad. Y espero que no te estén dando esos ataques de pánico que te dan por cualquier cosa… ¡Ay, Dios mío! Ya estaré muerto, pero sigo enojado: ¿Cómo es posible que escatimaron en ascensores?, ¿Cómo es posible que le tengas tanto miedo al vacío? No lo puedo entender. Pero volvamos a lo nuestro. De ti dependerá que los grandes aviones vuelvan a volar, que los automóviles puedan andar, que los cohetes atraviesen la atmósfera, que se produzca una nueva y bellísima revolución industrial. Y que Alvin Toffler se retuerza en su tumba.
“El Gobierno Global ya tiene un duplicador y multiplicador Clarkiano. Estoy seguro que tú ya lo conoces debido al fanatismo que sientes por la ciencia ficción del siglo XX. La idea no es mía. Le pertenece a un antepasado nuestro que tú ya conoces por sus escrituras. Sin embargo, de su idea al hecho me pasé la vida en ese trecho. Así como se puede reproducir el sonido y se ha llegado a la fidelidad absoluta, El Duplicador puede reproducir moléculas. Copiarlas. El material es inagotable, pues se trata de las mismas moléculas que construyen la vida y la materia toda. El problema radica en que si queremos duplicar una aguja, necesitamos una aguja. La aguja es fácil de obtener. Lo que es imposible de obtener es el petróleo que queremos duplicar y multiplicar. Y peor aun, cinco litros de gasolina para que El Duplicador y Multiplicador se ponga en marcha. O sea: estamos en una situación de “Circulo Lansky de la necesidad con huésped paradójico”: Necesitamos de algo que ya no existe para que vuelva a existir. ¿Se entiende, hijo mío, o te lo debo explicar una vez más?
“En el único lugar que aun existe la gasolina y todo tipo de combustible es en el pasado. Y es para eso que la máquina del tiempo se encuentra en el sótano de nuestra residencia. La misión, si decides aceptarla: será que viajes al pasado y regreses con todas las variedades de combustibles posible. Y cuando te digo todas, te digo absolutamente todas. Y será mejor que lo hagas porque el Gobierno Global está esperando; y el Gobierno Global, ha hecho mucho por ti. Tú sabes como es el Gobierno Global. Si al día siguiente de recibir la herencia no te presentas con los combustibles, te irán a buscar y te enviaran a trabajar a los zoológicos de cerdos.
“De todas formas, espero que lo hagas por tu propia voluntad, para que la humanidad y tú mismo sepan como suena un motor. A mi también me hubiese gustado saberlo. Se muy bien que cuando viajes al pasado podrás escuchas cientos y miles de motores, pero debes pensar en esta humanidad que ha perdido ese privilegio, que nunca lo tuvo y que ahora lo puede alcanzar gracias a ti. Hijo mío, devuelvele al hombre el placer de volar, de viajar por las carreteras, de la aventura del espacio. Devuelvele la dignidad.

Tu padre”

Y así viajé al pasado. Y ya estoy en el pasado. Mas precisamente en el año 1955, Los Ángeles, California. Y en mi mano tengo un bidón de cinco litros, pero vacío. Porque con la gasolina rocié la maquina del tiempo y ahora arde. Y el humo sube y sube y contribuyo con la contaminación y estoy tan feliz que tengo ganas de bailar. Soy joven y lo se todo. Iré a ver Bill Halley y sus cometas, a Elvis Presley, a Frank Sinatra, y estarán vivos y cantando para mi; haré apuestas, se quien ganará el oscar y le pediré autógrafos a los que hoy son desconocidos y en el futuro venderé esos autógrafos a cientos de miles de dólares; iré a los grandes estrenos cinematográficos; leeré las líneas de las manos de los famosos; viajaré a Cuba y fotografiaré al Che; y mas tarde a Liverpool y seré uno de los primeros que estará en el Cavern Club escuchando a los Beatles; y luego a San Francisco, a la explosión hippie psicodélica y estaré tan ocupado que no habrá tiempo para el remordimiento. ¿Remordimiento?, ¡¿Qué remordimiento?! La humanidad del 2.607 tiene que entender que cuando una cosa se acabó, lisa y llanamente se acabó. Y esa no fue mi culpa. ¿En dónde vivía Steven Spilberg cuando niño? Me han dado ganas de ir a sugerirle algunos guiones para el futuro.

THE END.






Comentarios, opiniones, críticas, análisis e injurias a cargo de los niños del Barrio




-Es una porquería- Opinó Pedro Grimmanante.
-Vos decís eso porque sos escritor de cuentos infantiles. A mi me gustó…
-A vos te gusta cualquier cosa, Waltercito. Especialmente las historias sin moralejas.
-No es tan así. Hay historias con moralejas que me gustan y hay historias sin moralejas que no me gustan.
-¿Cuáles?
-¿Cuáles qué?
-Dame alguna historia sin moraleja que no te guste.
-No recuerdo.
-¿Y alguna con moraleja que te guste?
-El Aleph.
-¿Y cual es la moraleja del Aleph?
-No recuerdo.
-¡¿Ves?! Sos puro verso. No querés admitir que es una porquería.
-Como sea. A mi la historia de Julio me gustó y fijate vos que tiene moraleja.
-¿Si? ¿Me la podes visualizar? porque yo no la veo por ninguna parte.
-Facilísima: Hay que aceptar que cuando las cosas se acaban, se acaban. Así de fácil...
-No se. A mi modo de ver se trata de un relato Pro-Yanqui: Los Ángeles, California, 1955, años dorados, Harley Davidson, gasolina en vez de nafta, carreteras en vez de rutas, exponentes de la revolución cultural: Bill Halley, Elvis Presley, Frank Sinatra, Los Beatles, la explosión hippie, los Oscar, la necesidad del petróleo y esa ambición que mueve a los Estados Unidos a hacer cualquier cosa con tal de obtenerlo. Faltó Superman y el Pato Donald y ya estábamos todos. Si eso no es un relato Pro-Yanqui, entonces Batman no es un oligarca.
-Primero: no te metas con Batman; segundo: ¿Y la foto que le quiere sacar al Che?
-¡Para venderla, Waltercito! Lisa y llanamente para venderla. El personaje no está movido por una intención ideológica o “admirativa”. ¡Qué va! Le quiere sacar una foto porque sabe que con el tiempo esa foto costará cientos de miles. Son jugadas propias del sistema capitalista: “Aprovéchate de mi disponibilidad que nosotros nos aprovecharemos de la tuya”. Bien podría haber regresado a su tiempo, en donde seguramente, hubiese sido considerado un héroe por ese sistema absolutista y global; y luego, con el correr de los años se lo hubiese recordado controvertidamente como el re-fundador de una nueva era industrial. Admirado por unos, despreciado por otros. Pero no. Decidió quedarse en los años dorados, en el centro y epicentro de un tiempo que generó toda la cultura Pop del consumismo y nuevos hábitos de vida. Lo repito, bien podría haber regresado a su tiempo y generar exactamente la misma cultura, pero optó por el facilismo, por lo ya consumido y digerido, por lo preparado para las masas. No hubo riesgos en su elección, no se revolucionó. Su deseo se centraba en el capitalismo y lo cristalizó en el mismísimo capitalismo. Cuando quemó la máquina del tiempo (no solo que lo hizo con ese “objeto tan deseado”) lo hizo también con la intención de quemar todas las vías posibles a cualquier idea: “Yo amo a este sistema, soy este sistema y me quedo en este sistema”, “Soy joven, soy ambicioso, tengo al mundo y al tiempo a mi favor, lo se todo”. Es expansionista, esta motivado, conoce “el teje y el maneje” del negocio, sabe en donde invertir y en donde no; si le conviene coqueteará con el comunismo y solo lo hará por intereses financieros y desde una postura retirada; como quien saca fotos. El personaje ya carga con el germen del Yuppie de los años ochenta. Es el fundador. La moraleja de la historia es lisa y llanamente una declaración de principios políticos e ideológicos.
¡Uf! Para ser un escritor de cuentos infantiles me había aburrido bastante.
-Yo veo otro trasfondo-Intervino Alfredo Froido, el niño psicólogo.- ¿No te parece, Niño del viento?
El Niño del viento se encogió de hombritos y no dijo nada. Como siempre.
-Yo veo que el autor, nuestro nunca bien ponderado Julio Viernescronos, marca una ruta hacia un final determinado; y para ello va dejando pistas con las cuales luego sorprenderá al lector, pero es notable como a último momento se arrepiente y lleva al personaje a una conclusión subjetivamente feliz. Por un lado, tenemos a un personaje casi, casi bipolar, y el “casi, casi” lo salva del Lithium. En definitiva no es bipolar pero se le arrima.
- Eso suena terrible- Opiné.
-Casi, casi. En realidad estamos ante un sujeto que se siente ensombrecido por la figura del padre. La cuestión es bastante Kafkaiana en lo que respecta al autor. Este, en ningún momento da a conocer el nombre del personaje y solo sabremos -su- apellido y recalco, -su- apellido, cuando presente al padre; y recalco -al- padre. Apenas un poco después, el personaje recibe una carta de su padre (Que remite de manera notablemente inversa a “Cartas al padre” de Frank Kafka.) En ella no solo conoceremos la misión, también develaremos el disgusto que su padre le tiene, la indignación y su carácter autoritario, posesivo y sobreprotector. Nuestro sujeto le siente temor a su padre y le siente aun después de muerto; tanto que, lo ve prolongado en el gobierno; tanto que, pierde su identidad. Julio Viernescronos evitó hasta nombrarlo con una sencilla inicial y lo deja en el anonimato más absoluto. El personaje no es nadie, no es nada. Y para colmo, ha estudiado la carrera que no debía estudiar, la que el padre no aceptaba y peor aun: como profesional se equivocó y levantó monstruosidades sin sentido. Obviamente movido por el deseo de destacarse a su padre y por esa desesperación de llenar el vacío que significa estar ensombrecido y empequeñecido. Lo dice bien claro: “Eran monumentos a la desolación”. A su desolación. No me caben dudas de que el padre lo castigó por esas obras y lo marcó de tal forma que ya no habla de “Nosotros, los arquitectos”. Habla de “Esos arquitectos”. Y ya critica, en la primera parte del relato, con el mismo tono que lo habrá criticado el padre. Tiene que seguir siendo nadie y ahora más que nunca: “La opinión general no debe saber que mi hijo es el responsable de esas atrocidades que penetran los cielos”. Y el personaje obedece, no es nadie y no tiene oficio. ¿Entonces qué hace?
-¿Qué hace?
-Intentará ser como su padre. Pero su padre es un fanático de las maquinas, de los aparatos, de los motores, de la mecánica. Y eso está muy claro. Construye un duplicador y un multiplicador que funciona a gasolina. Bien lo podría haber hecho para que funcionase a energía solar. Pero no. Lo hace a la medida de su fanatismo.
-¿Y la máquina del tiempo?-Le preguntó Pedro.
-Ya llegaré a la máquina del tiempo. Ese fanatismo del padre tiene como principio un conocimiento; y ese conocimiento es pertinente al pasado. Entonces pues, el personaje lo buscará en los archivos de los museos. En donde encontrará el cine y la ciencia ficción. Sus vías de escape. ¿No hay algo de “duplicador” en el cine? El personaje ya es como su padre, ya ama todo lo que su padre amaba y ya posee el deseo necesario para mover la maquina del tiempo.
-¡¿Cómo!?-Le pregunté.
-Por un lado tenemos el duplicador y multiplicador que, por intermedio de una carta podemos saber la tarea que cumple y lo que necesita para funcionar. Por el otro lado, tenemos la máquina del tiempo que todos sabemos perfectamente lo que hace, pero con ciertos detalles obviados a propósito por el autor, solo para llevar al personaje a un final determinado y del cual luego se arrepintió. La máquina del tiempo arrancará gracias a acumuladores de energía solar. (Y la relación es notable: Sol-Energía-Tiempo-Espacio). Pero será movida por el deseo. El deseo del hijo. El padre es La creación. El hijo será La salvación de la humanidad. El padre, el hijo y el misterioso espíritu santo obrando el milagro de la redención: “Devuelvele la dignidad al hombre”. Solo el deseo del hijo podía llevar la máquina al tiempo. Deus ex maquina; entonces pues, solo el hijo podrá con La Máquina. Pero claro está, este hijo aborrecía el vacío. Hasta escatimó en ascensores por culpa de ese miedo. El personaje subió a la maquina y colocó su deseo en el pasado. La máquina empezó a moverse y ya en pleno viaje, sus miedos fueron más fuertes que el deseo. Creo escuchar: “Padre, ¿Por qué me has abandonado?”. Y por último, la máquina se descontroló destrozándose en La Eternidad. Sin embargo, el alma y la conciencia ya estaban dirigidas al pasado y hacia allá fueron, impulsadas por el deseo y los miedos. El personaje terminó naciendo en el siglo XX bajo el nombre de Elequias Bleunier: Aquel que vivió cien años, que fue muy rico y culto y que jamás salió de su mansión porque sufría de agarofobia.
-Bueno. Ese final me gusta un poquito más.-Confesó Pedro Grimmanante.- ¿Y por qué lo habrá cambiado?
-Porque se lo pidieron sus editores. Querían un final con música de Bill Halley, Elvis Presley y Frank Sinatra, bastante de los Beatles, La sonrisa del Che, un poco de hippies y psicodélica y todo bajo la óptica de Steven Spilberg.