lunes, 9 de junio de 2008

CAPITULO NUEVE

Adela, la gorda

Adela, la gorda, nació gorda de padres gordos un día gordo. 21 de diciembre. Se cuenta que la culpa de tales gorduras la tuvo una bruja malvada que le lanzó una pesada maldición a la familia de Adela. No se. Para mi la culpa la tuvo la alimentación y sin bruja de por medio. Salvo, claro está, que a la voracidad se la llame bruja. Y si es así, nadie se tomó la molestia de avisarme.
Adela, la gorda, ya no es una niña y creo que nunca lo fue. Y eso es una verdadera lastima. Y cuando digo lastima, digo lastima con todas sus lamentables letras. Lo que no quiere decir que todas las letras del abecedario sean lamentables. No. Digo que a veces y según como se las quiera combinar, algunas letras forman una palabra de significado lamentable. Como en este caso, “lastima”. Y más lamentable me resulta cuando la palabra “lástima” viene precedida por una absoluta falta de infancia. O sea: de pe a pa. La “pe” de Adela son sus actuales veinte; la “pa”: su nacimiento. Adela nunca tuvo infancia y no lo digo “fulgenciamente”; lo digo “adelamente”. Esos hombres viejitos que han superado la barrera del sonido de los 60 o 61 añitos y que andan a la hora de la siesta jugando al ring-raje, más que hombres que no han tenido infancia, son hombres que han decidido conservar sus mentes en la infantilidad. Esto puede resultar patético, y/o quizás molesto, especialmente si usted está durmiendo su merecida siesta y le tocan el timbre y usted sale a atender y encuentra a un viejito a dos metros de la puerta de su casa en clara aptitud de raje luego del ring; y el viejito que se cree que raja cual una liebre y usted que observa con contundente e inequívoca objetividad que ese raje es digno de una tortuga embarazada. Eso puede caerle patético y molesto, pero usted ¿qué le diría? “¡Hombre grande! Mírese abuelo. Déjese de molestar (por su bien) o le dará un ataque a las coronarias”. Yo le aconsejo que sea un poco más piadoso y que no le diga nada. Y si le quiere decir algo, haga como si el viejito ya estuviera en la otra cuadra y grítele: “¡Mira, che mocoso!... ¡Decí que no te puedo correr, porque si te agarro te hago sonar! ¡Y ya vas a ver!” Y no tenga miedo en tutearlo. Eso lo hará sentir chocho. Pero no chocho como el viejo que es en realidad: chocho como un nene. Que en el fondo, también lo es. Sea usted más piadoso. Y si luego quiere cerrar la puerta de su casa y romperse a llorar de pena; y más que romperse a llorar de pena, romperse a llorar porque su propio futuro le tiene reservado la vejez, hágalo sin ninguna vergüenza. Ese mismo viejito lo sabrá comprender.
Adela, la gorda, nunca tuvo infancia. Apenas asomó su naricita a la vida infantil del Barrio, fue victima de nuestras más crueles burlas: “Gorda”. Fue el grito que se escuchó. Y con eso bastó para que nunca más volviese a asomar su naricita. Su complejo estuvo a la altura de su gordura. O sea: fue un complejo consecuente con el tamaño y el peso. Esto quiere decir que su complejo engordaba minuto a minuto. Ya no necesitaba los oficios de un simple psicólogo; necesitaba a un psicólogo nutricionista con asesoria en imagen. Cosa bastante difícil de encontrar. No digo que sea imposible. Digo que es bastante difícil de encontrar; ¡Y vaya que si los padres de Adela la anduvieron llevando de psicólogo en psicólogo! No hubo psicólogo al que no asistió. Todos, absolutamente todos, fracasaron en la primera sesión. Mejor dicho: fracasaron los divanes ante el peso de Adela... Y Adela ya se enojaba y se marchaba de forma ostensible y regresaba llorando a su hogar y asaltaba a la heladera y consolaba su dolor con un enorme emparedado de milanesa. Y eso, era apenas su consuelo para recuperar el apetito perdido.
Debido a que Adela se negaba a ir a la escuela, los padres se vieron obligados a contratar maestros privados para que la instruyeran en las matemáticas, en la gramática, en la historia y en las ciencias naturales. Y así, no es lo mismo que en la escuela. Porque no se puede comparar a que te manden de penitencia a un rincón del aula, a que te manden de penitencia a un rincón del living de tu casa. De última, en el rincón del aula tus papis no te ven; y si el lío no pasa a mayores todo queda en la escuela. En cambio, si tus papis te agarran en el rincón del living ¿vos qué vas a decir? Queda bien clarito que estas ahí en penitencia y no precisamente por haberte comportado mal con el compañerito. Se cae de maduro que estuviste comportándote muy pero muy mal con el mismísimo maestro privado. Y no se por qué, “maestro privado” me suena bastante aburrido.
Adela, la gorda, jamás frecuentó la pileta municipal. Las razones son obvias: vergüenza; temor a las burlas que de hecho hubiese recibido; desbordamiento de las aguas; falta de talle en la ropa de baño; agotamiento instantáneo de los alfajores en el kiosco de la pileta; etc.
Con todo esto, o mejor dicho: sin todo eso, una infancia no es una infancia. Y cuando digo infancia, digo una buena infancia al estilo de mi Barrio xenofobito, según Alfredo Froido, mi amiguito, el niño psicólogo.
Y así creció Adela. Encerrada en su casa, consolando su dolor a base de emparedados, alimentando su rencor con negras tortas de cumpleaños a los que jamás nos invitó para así comérselas ella solita; nutriendo su complejo con las calorías del odio. Y todo esto puede sonar a poesía gastronómica, pero no. Digo que la vida y nosotros, los niños crueles, habíamos gestado a un monstruo, así como la maldición de la casa Lacio gestó la tragedia de Edipo. No hay grandes culpables detrás de toda tragedia; hay grandes ignorantes. Y quizás sea lo mismo.
¡Y como habrá sido de relativa la vida que Adela cumplió 20 años mucho antes que nosotros; siendo que nosotros habíamos nacido mucho antes que ella! Y esto no tiene nada de fantástico. En todo caso, habría que echarle la culpa a Albert Einstein, que se encaprichó en relativizar el espacio-tiempo. Mientras nosotros, Los Niños Crueles, viajábamos a la velocidad de la luz por nuestro universo infantil, Adela se quedó en la tierra siendo victima de la entropía. Y digo entropía para que suene piadosamente científico. Será lo mismo, pero prefiero decir: “la perfecta y uniforme distribución de la energía” a decir de manera directa y brutal: “la degradación”. Y si quiere romperse a llorar, hágalo sin ningún cuidado. Nadie está a salvo de la entropía. Y si por echar culpas se trata, échele la culpa a la mecánica quántica, que de todas maneras no se detendrá. Ni lo quántico ni lo “entrópico”.
Y de repente, El Barrio se revolucionó, se alborotó, se conmocionó. ¡Y todos a la calle que Adela ha desaparecido!
¡¿Cómo que ha desaparecido?!
¡Si! ¡Ha desaparecido!
¡No puede ser!
¡Lo es! ¡Hoy es su cumpleaños, su torta selva negra está intacta y Adela no aparece por ningún lado!
¿La buscaron por toda la casa?
Si.
¿Y?
¿Y a vos qué te parece? ¿Estaría gritando como un desaforado que Adela ha desaparecido si la hubiese encontrado en algún lugar de la casa?
Tenés razón.
Busquemos a mi hija, por favor; ella nunca sale, ella no tiene a donde ir ni a quien visitar... Menos en el día de su cumpleaños; y mucho menos cuando una torta selva negra la está esperando ¡Me la han raptado!
“¿Quién?”. Pensé yo. Pero bueno. Nunca se sabe. En este mundo hay de todo y para todos los gustos. Pero este no es el caso.
A Adela se la buscó y se la buscó y se la buscó, tanto como todo un barrio puede buscar por todo El Barrio. Y nada. Y se la volvió a buscar dos veces más y nada. Entonces se la buscó por los otros barrios y estos barrios empezaron a buscar por los barrios que están más allá y nada. Adela, no aparecía.
¡Y mire usted que son caprichosas las búsquedas, porque se encontró de todo menos lo que se buscaba! Por ejemplo: una auténtica escarapela del 1810, posteriormente certificada por el Niño del viento; un poema inédito de Jorge Luís Borges con errores ortográficos y sin firma; un pincel de pelo de camello que muy posiblemente haya pertenecido a Da Vinci o a Dalí (hay dudas); un par de flores robadas a los jardines de Quilmes; un disco de pasta con la voz de Malena cantando el tango como ninguna; la fusta de Leguizamo solo; la verdadera Biblia y el verdadero calefón del verdadero cambalache; se encontró el primer boleto perforado de la historia del ferrocarril argentino, o sea: ingles; encontraron tres clavos y una corona de espinas; un plato de madera con sal derramada por Judas; un niño perdido del otro barrio; una masmedula de Olivero Girondo; un boletín de calificaciones del niño Sarmiento; un consejo del viejo vizcacha; el vestido mojado de Alfonsina; un bolero de Sandro; un puente sobre el río Kwai, encontraron La Atlántida y el paraíso perdido. Pero a Adela, a Adela no la encontraron. Y eso era lo único que importaba.


II

Pasaron tres meses y Adela no apareció ¿Hace falta mencionar por la que estaban pasando sus padres? ¿Hace falta? No. No hace falta. Existen infiernos que son fáciles de imaginar.
Ese mismo día, El Ciruja de la otra cuadra, me tiró un dato desde la otra cuadra. Ya lo deben saber: El Ciruja de la otra cuadra siempre está en la otra cuadra; y si usted se cruza a la otra cuadra en donde está El Ciruja, El Ciruja de la otra cuadra, habrá pasado de una manera inexplicable a la otra cuadra. Nunca podemos estar en la cuadra del Ciruja. El Niño del viento dice que El Ciruja de la otra cuadra es Dios. Yo no se que pensar. Porque para mí, Dios es el Niño del viento. La cuestión es que El Ciruja de la otra cuadra me tiró un dato.
Adela está en el Bosque Encantado.
¿Cómo es posible? ¿Nadie buscó en el Bosque Encantado?
Nadie buscó en el Bosque Encantado porque ya nadie va al Bosque Encantado; y si ya nadie va al Bosque eso incluye a Adela.
¿Seremos tan estupidos?
Elemental, mi querido Waltercito.
Y sin agitar pañuelos me despedí del Ciruja de la otra cuadra y hacia el Bosque Encantado me fui a ver si encontraba a Adela, justo, justo, cuando el sol comenzaba a bajar. Justo, justo, cuando la noche trepaba a mis espaldas. Y nunca he sido menos metafórico porque la cosa se me estaba poniendo bastante oscura y siniestra. Y cuando las cosas se ponen así, no hay metáfora que nos alivie del miedo.
El Bosque Encantado no está muy lejos del barrio, El Bosque Encantado está en el barrio. Y es uno de los pocos bosques encantados que aun persisten en el mundo. Hasta me atrevería a decir que se trata del único bosque encantado que aun está encantado. Mide cuatro kilómetros cuadrados... Y si no sabe lo que es cuatro kilómetros cuadrados, no me eche la culpa. Tampoco se lo tome tan pecho, porque en realidad, ninguno de nosotros sabe a ciencia cierta si El Bosque Encantado mide cuatro kilómetros cuadrados. Hubo muchas discusiones y muy acaloradas. Algunos sostenían que El Bosque Encantado era un círculo perfecto; yo pedí como prueba el compás con el que se trazó dicho circulo y ellos dijeron que semejante instrumento lo guardaba Dios en su cartuchera de útiles celestiales. “Así cualquiera” protesté. O sea: con esos argumentos religiosos no llegamos a nada serio. Otros opinaban que la forma del Bosque Encantado no podía ser distinta a la del Barrio, yo pregunté “¿por qué?”. Estos respondieron “porque sí”. Aquellos otros, aseguraban que el bosque encantado mutaba su forma constantemente. Ayer: circulo; hoy: pentágono; mañana: no se sabe. Ni pedí pruebas, ni pregunté por qué. Lisa y llanamente los acusé de indecisos y que solo procuraban quedar bien con todo el mundo. ¡Mutaciones a mi! Como era de esperar no llegamos nada, ni en cuanto a forma, ni mucho menos en cuanto a tamaño. Tratando de evitar las trompadas, las que estaban a punto de presentarse, se tomó la “salomónica” decisión de que cada uno le diese la forma y el tamaño que se le diera la gana, y a dormir que hay brujas. Yo opté por la más fácil. Cuatro kilómetros cuadros de pura fantasía.
El Bosque Encantado de nuestro barrio está poblado por seres fabulosos y mágicos. Seres increíbles que echaran por la borda a su pálida idea de la realidad en la que vive. Nuestro querido Pedro Grimmanante, escritor empedernido de cuentos infantiles, me juró por las perdices que comen los que viven felices, que entre todas las fantásticas criaturas que viven en el Bosque Encantado se encuentra un político que no miente ni roba. No se. A mi me pareció una exageración bastante infantil. En cuanto a lo demás, por El Bosque Encantado usted se cruzará con ejércitos de duendes y gnomos; bandadas de hadas y dragones; emperadores chinos con ruiseñores mecánicos; gigantescas aves pre-diluvianas (y nunca entendí eso de las aves pre-diluvianas pero bueno, ahí están); cíclopes con gafas para la luna; minotauros refugiados de las persecuciones tauromanticas; espantosos demonios que no hacen mucho lío y solo están para reforzar esta la lista; enanitos a lo Walt Disney... ¡y al mismísimo Walt Disney! Pero políticos que no mienten ni roben ¿Qué quiere que le diga? Ni en los bosques encantados.
Y de repente, se hizo muy pero muy de noche. Y cuando digo muy pero muy de noche, digo que todo se puso muy oscuro. Y quizás, hasta no haga falta decir “muy” y que “oscuro” suene por si solo con toda su carga de oscuridad e inquietud sobrecogedora y cosa espeluznante...
“Y yo no estoy hecho para andar de noche buscando a alguien por las entrañas de un bosque encantado por más encantado que sea”.Pensé. Si. Estaba asustado.
No daba con nada. O sea: no daba con Adela. Por sobre mi cabeza pasaron volando algunos dragones que ya se iban a dormir a sus cuevas y eso es bastante comprensible, porque cuando llega la noche al bosque, no hay muchas cosas para hacer; y mas que para hacer, no hay mucho para ver.
Un poco más allá, en la encrucijada de unos senderos, me topé con Norberto Suárez, el rey de los duendes del Bosque Encantado.
¿Cómo andamos? Me preguntó.
Bien. ¿Y vos?
Tirando... ¿Y qué hacemos por acá? ¿Perdido o qué?
Más bien qué que perdido. Estoy buscando a Adela.
¿La gordita?
La misma.
Asunto fulero, pibe. Está prisionera en la cabaña de Gabriela, la bruja malvada. Asunto muy fulero.
“¡La que me faltaba!”, pensé. “¿Qué tenemos? Bosque Encantado, bruja malvada, su respectiva cabaña de mazapán ¿y qué más? ¿Falta algo más?”.
¿Y por donde está la cabaña?
Por allá. Me respondió Norberto. Y por allá me fui.
No tengo idea de cuanto habré caminado. Sin embargo, debo admitir que quizás estaba un poco, un poquito, equivocado con respecto a las dimensiones del bosque, pues caminé muchísimo, muchísimo, muchísimo. De todas maneras: es cuadrado y se acabó.
A medida que avanzaba, la vegetación comenzó a cambiar de aspecto y a llenarse de espinas que me lastimaban profundamente. Un paso y ¡ay!, un paso y ¡ay!, un paso y ¡ay! Los pinos se perdían en un cielo que se había nublado de golpe y ya eran gigantescos y retorcidos y más oscuros que la noche que me envolvía. Y surgieron otros árboles, aun más gigantescos y retorcidos que los pinos y muy gruesos y con ramas que se asemejaban a poderosos brazos y que se mecían sin que corriese viento y eso me llenó de espanto. A esa altura, me encomendé al Niño del viento… Y por las dudas, al Ciruja de la otra cuadra.
Y así como así, di con la cabaña. Y me asusté. Me asusté como jamás antes me había asustado, siendo que, como cabaña de bruja no decía gran cosa en cuanto a su aspecto, pero si lo gritaba en cuanto a lo que albergaba.
Y como si hubiese sido poco, la puerta se abrió de un golpe y una figura recortó el marco. Una figura de mujer. Alta, muy pero muy alta. La luz del interior de la cabaña, luz de fuego, iluminó los contornos de la mujer y por lo que veía, se trataba de ese tipo de mujer a la que mi tío, el soltero, llama fatal. Vestido rojo, minúsculo y corto; calzado taco aguja. Su cabellera era de fuego y bajaba hasta mucho mucho mucho más allá de la cintura.
“Voy a romper un par de matrimonios y ya vuelvo, Gordita”. Dijo y lanzó una risa que no sonó a risa de bruja ni a nada por el estilo. No quiero decir que me defraudó (aunque yo esperaba algo mucho más diabólico y espeluznante) digo que no sonó a risa de bruja. Más bien, sonó a risa de mujer. Y eso, para algunos oídos como los de mi tío puede sonar prometedor.
Y de un golpe cerró la puerta. Y cuando pensé que se montaría a una escoba y que saldría volando por los aires, comenzó a avanzar hacia mí a una velocidad increíble. Y no es que corría, se deslizaba como si hubiese llevado patines, pero patines flotadores; porque la bruja, se me venia flotando. Lo juro por el hombre hecho de cielos. Vi unos arbustos a un costado y de un salto caí entre ellos. Como escondite fue todo un éxito, porque la bruja pasó flotando y ya se marchó sin haberme visto, pero lo cierto era que esos arbustos tenían gruesas y largas espinas que se clavaron en mis carnes. Y cuando digo gruesas y largas espinas, lo digo con todas estas cicatrices que aun tengo de recuerdo y quizás para toda la vida.
Sin pérdida de tiempo (¡y eso que perdí mucho tiempo quitándome las espinas!) avancé hacia la cabaña y abrí la pesada y enorme puerta. Y no se por qué, todo estaba muy pero muy grande. ¿Me habré vuelto un enano, o las cabañas de las brujas son así de gigantescas?

III

En el fondo había una estufa-hogar, o mejor dicho: una estufa-cabaña de bruja, en la que se calentaba un caldero enorme, enorme, enorme sobre un fuego que parecía un incendio o un infierno; pero más bien un infierno tirando a infierno clásico y católico. Porque para mí, el infierno carece de fuego y es una cosa totalmente distinta a la que todos los católicos creen. Y si digo distinta, es para no decir contraria, porque si digo contraria pensaran en el paraíso que, paradójicamente es tan clásico y católico como el mismísimo infierno.
En el centro del interior de la cabaña, cabaña mono-ambiental, si me permiten coquetear con los códigos arquitectónicos, había una mesa enorme. Tan alta que yo apenas podía asomar la cabeza. Seis sillas, una por cada punta y dos por lados. Sobre la mesa se apilaban gruesos libros de pesadas tapas forradas en oscuros cueros agrietados. Sugerían secretos impronunciables, palabras malditas, sortilegios, maleficios, hechizos, blasfemias, maldiciones, injurias, pitocatalanes y dolores de muela. Por las cuatro paredes se veían anaqueles que soportaban objetos inimaginables; como por ejemplo: objetos muy inimaginables. En un rincón y muy cerca de la chimenea estaba la cama de la bruja. Era un desorden de sabanas negras, mantas negras, cubrecama negro y almohada negra con su respectiva funda negra. ¿Qué soñaran las brujas cuando duermen? ¿Y cómo serán sus pesadillas? ¿Y sus despertares? ¿Existirán brujas sonámbulas o insomnes? ¿Qué es en definitiva una bruja durmiendo? Entonces, del otro rincón apareció una muchachita, menuda y muy linda; de cara sucia y ojos enormes, cabellos revueltos y cenicientos. Vestía ropas que le quedaban exageradamente grandes.
- ¿Adela? ¿Adela la... digo: ¿Sos vos?
-Si.- Respondió y corrió hasta mí y me abrazó y dijo: -¡Entonces me quieren, entonces me quieren...!
Y yo no podía creer que esa muchachita menudita y linda fuese Adela, la gorda. Tampoco podía entender como era posible que siendo ella tan menudita, fuese a la vez tan alta y yo tan... no se, ¿pequeño?. Y digo pequeño para esquivar la brutal realidad de decir enano muy pequeño.
-¿Pero qué pasó?- Le pregunté.
Hubo un golpe en la puerta y a mi se me heló la sangre. Adela y yo miramos hacia ahí y ahí estaba la bruja. De no haber sido por sus rojos cabellos que se habían transformado en serpientes y sus ojos en dos esferas de fuego y chispas, cualquiera hubiese dicho que era una mujer muy bella.
-¡¿Qué es esto?!- Interrogó la bruja.
-Me quieren.- Respondió Adela.
La bruja le clavó la mirada, luego me la clavó a mí, luego a Adela, luego a mí, luego a Adela y luego a mí. Hizo algo parecido a un “puchero” y se largó a llorar.
-¡Se van a llevar a mi gordita! ¡Se van a llevar a mi nena!- Se lamentó la bruja. Entonces, Adela se acercó hasta la mujer, la tomó entre sus brazos y la consoló.
-No llores, Gabriela. No llores. Pero parece que hay más gente que me quiere… aparte de vos, claro está.
-¡Y por supuesto, mi gordita! ¿Acaso no te dije que te estaban buscando?
-Si. Pero creí lo decías para hacerme sentir bien... No se. Nadie venia por el bosque. Yo creía que mi fuga no le habría afectado a nadie...
-Nadie venia por El Bosque Encantado porque ya casi nadie cree en El Bosque Encantado, mi nena. Y en cuanto a tu fuga, afectó a todo El Barrio...
-Entonces, tendré que volver al Barrio. Ya no quiero que la gente se aflija por mi; menos mis padres. Ellos siempre me han sabido preparar tortas muy ricas.
Y Gabriela, la bruja malvada, volvió a romper en lágrimas. Que eran lágrimas de fuego. Pero no por ello menos sentidas.
-¡Está bien, Gabriela! ¡Está bien! Te prometo que vendré a visitarte todos los días y que pasaremos muchas noches juntas y que siempre vas a ser como una madre para mí.
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
-¿Y que vamos a lanzar hechizos y sortilegios y maldiciones y maleficios y pestes a los cuatros vientos?
-Si, Gabriela. Te lo prometo. Nos vamos a divertir mucho.
Y Gabriela y Adela se dieron un fuerte abrazo y fue un abrazo conmovedor, de esos que se dan con el corazón y el espíritu. Fue el abrazo entre una madre y una hija; y fue también, el abrazo entre dos seres que siempre han estado solos, que han sido rechazados y que debieron soportar los más profundos dolores del alma. He ahí un infierno que no es católico.
-¡Y en cuanto a vos, mocoso, esto no va a quedar así!- Me sentenció Gabriela antes de marcharnos de su cabaña de bruja bien malvada.
Y ahí terminó la historia.

Hoy Adela es modelo. Y es bastante famosa y moderadamente exitosa. Es el orgullo del Barrio. Cuando pasa, a veces me saluda con un guiño de ojo y se va por la vereda con su andar de modelo. Pero otras veces, me mira desde su imponente altura como si yo fuese un mocoso empedernido y sin decir nada, se aleja por la pasarela de la vida con sus patines flotadores mientras sus cabellos se ondulan cuales serpientes.