jueves, 19 de junio de 2008

CAPITULO QUINCE

Las vueltas de mi abuelo y el pañuelo del hombre pelado

Toc toc toc toc es el sonido que produce mi abuelo materno al caminar toc toc toc toc se niega a poner una gomita en la punta de su bastón y hace toc toc toc toc tiene ochenta años y es alto y flaco y su nariz es prominente y sus cabellos son largos y ya son más blancos que la nieve. Se llama Abuelo, así como mi papá se llama Papá. Y supo trabajar para La Fuerza Aérea en la torre de control. Ama a los radares. O a todo lo que da vueltas: relojes, ruletas, calesitas, planetas, soles, galaxias. Ama a este universo. Y creo que lo ama tanto como ama al creador.
Mi abuelo sabe con precisión milimétrica el día y la hora en que iré a visitarlo. No importa lo que yo haga para sorprenderlo. Nunca lo puedo sorprender. Cuando estoy llegando a su casa el está saliendo con un chocolate aireado en la mano. Supongo que algún truco debe tener. Pero mi abuelo dice que no, que todo es cíclico y que posee una memoria fabulosa. Yo no entiendo pero no me importa, pues me entrego de inmediato a devorar el chocolate; y si todo es cíclico o no lo es, ya no son cuestiones mías. Cuestiones mías son los chocolates.
Entonces, mi abuelo me pide que demos unas vueltas a la manzana. Le encanta dar vueltas a la manzana. Y mientras damos vueltas, me cuenta cosas que a veces entiendo y que a veces no. Yo ruego que me cuente cosas que no entiendo, porque para compensar y que no me aburra, me regala más chocolates aireados.
-¡Habrase visto!- Dijo la última vez que salimos a dar vueltas a la manzana -¿Desde cuando un niño es padrino de casamiento de otros que aun son niños?
-¿Usted lo dice por el Hombre hecho de cielos?
-¡¿Hombre?! Si es apenas un... ¡Dios mío! Y vos, Waltercito… ¡¿Cuánto hace que sos un niño?!
-No entiendo qué me quiere decir, Abuelo.
-Nada, Waltercito. A veces me olvido que vos naciste en este Barrio tan inexplicable.
-¡Si! ¡Y eso fue hace muchísimo tiempo!- Le dije con ese tipo de orgullo que me hace inflar el pecho.
-¡Dios mío! ¿Quién me mandó a mudarme a este barrio? ¡Esa fue tu abuela Laura! Un día cayó con la noticia de que había dado con un barrio muy hermoso y especial. Muy especial. Tenía la cabeza atada con un pañuelo afgano para cubrir una herida. Había chocado con el automóvil. Yo creí que estaba delirando a causa del accidente. No se. Lo único que decía era que había dado con un barrio muy hermoso y especial. Me pidió que la siguiera y yo la seguí y...
-¡Allá viene Ibarra!- Lo interrumpí.
-¡Ah!, Ibarra; el sastre. Buen hombre ¿Entendés?
“Si. Ibarra es un buen hombre y un excelente sastre. Aunque a veces se hace el importante y saca a relucir sus conocimientos en otros idiomas y dice cosas tales como: dior, laurent, ted lapidus, armani, chanel namber fai, cardin. Y todo lo pronuncia con solemnidad casi religiosa y haciendo marcados silencios luego de sus palabras en los cuales no puede haber más que exclamaciones de admiración y consentimiento. Si. Ahí pasaba Ibarra y llevaba una cara extraña, entre afligida y preocupada, entre temerosa y apurada, entre consternada y conmocionada. ¡Vaya cara!
-¿Qué le habrá pasado?- Le pregunté a mi abuelo.
-Nada grave. Son cosas del barrio. Lo de siempre ¿En qué estábamos? –Me consultó mientras me llenaba de chocolates.
-En el accidente que a la abuela le permitió encontrar nuestro barrio.
-¡Ah! Si. Claro. ¡Pero ya te lo conté millones de veces...!
-Si, pero no lo entiendo.
-Lo entendés, Waltercito. Lo entendés muy bien.
-¿Usted intenta decir que me hago el que no entiendo para recibir chocolates?
-Aparte. Los que nacieron en el barrio entienden, comprenden y ya saben perfectamente que clase de... ¡Dios mío!... seres son...
-Yo soy un ser humano, hombre, niño.
-Sin dudas. Pero habría que juntar todo y agregar eterno: humanohombreniñoeterno.
Y semejante palabra me hizo despanzar de la risa.
-¡Ahí está! Ese mecanismo de defensa llamado inocencia les hace subestimar cualquier información que tenga que ver con sus naturalezas. Podrían ser dioses, pero prefieren ser niños. Y quizás sea lo mismo. Ya no sé nada...
-Abuelo: ¿A quién le habla?
-A los que nos están escuchando. Más bien diría, a los que nos están leyendo.
-¿Leyendo? ¿Quién nos está leyendo?
-No sé. Pero alguien nos está leyendo.
-No entiendo, no entiendo...
-Ya lo sé. Te voy a contar una historia para que más o menos entiendas de qué se trata… Y conste que ya te di todos esos chocolates.
“Hace muchísimo tiempo, cuando los circos andaban en carretas, había uno de esos circos que se llamaba “El Maravilloso Circo El Arca de Papá Noe”. Y realmente era un circo maravilloso. Se jactaba de tener a todas las criaturas del reino animal que poblaron y poblaban el planeta; de ácaros ilusionistas a velociraptores vegetarianos; de minotauros y centauros a gallinas turulekas que ponían diez huevos de verdad; de gigantescas hidras y bellas sirenas a sapos cancioneros, sapos de la noche; de unicornios a tortugas Manuelitas que ya no vivían ni en Pehuajo ni en Paris. Y eran miles y miles de carretas que daban vueltas por el mundo con ese maravilloso espectáculo de seres y criaturas virtuosas.
“Sucedió que en una noche sin luna, cerca de un pueblito que se llamaba Un Pueblito Alejado el circo se detuvo en el lindero de un bosque a pasar precisamente la noche. Y en el medio de la noche, o sea: a la medianoche, el dueño del circo se despertó agitadamente pues había tenido una muy fea pesadilla. Y cuando digo muy fea pesadilla, Waltercito; digo espeluznante. Y ya el dueño del circo salió corriendo de su carromato y se fue a la jaula del oso más viejo del circo y lo despertó:
-¡Despiértate, Moris! ¡Despiértate!
-¿Qué pasa, don Pato?- Le preguntó el oso Moris a su patrón, don Patricio Noé, ya un poco fastidiado pues no le gustaba ni un pelo que lo despertaran a esas horas del descanso. Era un oso perezoso y de muy mal carácter.
-Soñé que trabajaba en una carnicería. Y de pronto, ya no trabajaba en la carnicería. Estaba una taberna, pero era una taberna muy extraña... ¿Viste como son los sueños? No se. Era muy extraña y había gente muy extraña y sonidos muy extraños y luces muy extrañas. Las mujeres usaban vestidos minúsculos y escandalosos que dejaban ver la desnudez de sus piernas; los hombres llevaban pantalones ajustados pero con botamangas cuales patas de elefantes. Y todos se movían como al son de esos sonidos muy extraños. Y entre esos sonidos pude identificar una voz que parecía cantar y decía: “Y cuando mi balsa este lista partiré hacia la locura. Con mi balsa yo me iré a naufragar.” Y ya me desperté porque eso parecía una cueva infernal.
-¿Y?
-Es una señal, mi querido Moris. De nada sirve escaparse de uno mismo. Lo supe desde el primer instante en que paramos en este bosque. Hace muchísimo tiempo, en este mismo bosque te supimos capturar. Un ciclo se ha cumplido. Pienso abrir el candado y dejarte en libertad. Si no lo hago iré a naufragar a ese infierno de mi pesadilla.
-Usted está loco, don Pato. Regrese a su carro y duérmase. Tranquilo, que los sueños, sueños son. Si usted me deja en libertad yo no duraría ni un día en el bosque. Estoy viejo, no tengo la fuerza de antes y ya perdí el instinto. Digamos que me conforme.
-¿Seguro, mi viejo amigo?
-Seguro, don Pato.
-Buenas noches, Moris.
-Buenas noches, don Pato.
“Tiene razón ese oso mañoso; los sueños, sueños son. ¡Pero qué real que fue! Si todavía no me lo puedo quitar de la cabeza; y al buen Moris apenas le conté una parte solo para no molestarlo tanto. En resumidas cuentas, interpreté a esa pesadilla como una señal para liberar al oso. Pero parece que me equivoqué. ¡Dios mío! ¡Qué real que fue! Todavía recuerdo esa taberna infernal llena de gente tan extraña en atuendos tan extraños y ese sonido que me lastimaba los oídos y esas luces diabólicas. Y de pronto alguien me tocó el hombro y yo giré asustado porque nunca antes en un sueño me habían tocado el hombro con tanta presión y nitidez.
-¿Qué pasa, men? ¿Estamos perdidos? –Me preguntó un hombre calvo y con un antifaz pero de cristal. Había hablado con acento italiano. O algo por el estilo.
-No se. –Le respondí.
-Vamos rumbo a la puerta y después a un boliche a la esquina, a tomar una ginebra con gente que quizás está soñando como vos. Total, en cualquier momento te despertás. Dale, vení. Acompáñame.
Entonces decidí seguir a ese hombre andrajoso que llevaba el cuello envuelto por una tela similar a las que se pueden encontrar en los reinos del medio oriente.
Salir de ese lugar me resultó un alivio, pero encontrarme con La Urbe me resultó un espanto.
-¡¿Qué atrocidad es esta?! –Exclamé.
-Tranquilo, men. Es solo un sueño. Y esos son edificios en donde vive gente.
-¡¿Gente?! ¿Cómo la gente puede vivir en esas…esas…cosas?
El hombre calvo se encogió de hombros.
-¿Usted también está soñando?- Se me ocurrió preguntarle.
-No. Yo soy un viajero. Un viajero afiebrado.
-Yo también soy un viajero. Recorro el mundo con mi circo. “El Maravilloso Circo El Arca de Papá Noé”. ¿Lo conoce?
-No tengo el placer.
-Y dígame: ¿Usted a qué se dedica?
-Ahora a casi nada. Apenas soy un guía. Pero ya me reemplazarán. Antes cantaba. Ahora voy y vengo por aquellos que me recuerdan. Soy como una nostalgia. Especialmente para ella, que está todo el día sola y mira mi campera...
-¡Ah! Un amor. A veces es bueno un poco de amor. Y de paz también. ¿No le parece...? ¿Cómo dijo qué se llamaba?
-No te lo dije. Y déjalo ahí. No soporto cuando pronuncian mal mi nombre. Y casi siempre lo pronuncian mal.
Entonces apareció una mujer muy joven y vestida un poco más recatadamente que las otras mujeres de la taberna. De todas formas, el estilo era similar. La muchacha venia a paso muy lento e inseguro, quizás se tambaleaba. Con una mano se tocaba la cabeza. Cuando ya estuvo con nosotros, noté que tenia una herida en la frente. Una fea herida.
-Por favor, señores; díganme en dónde estoy. Acabo de chocar y... ¡Dios mío! ¡Estoy tan confundida!
-Tranquila, hermana. Ya se te pasará la confusión. Los que entran a “La frontera” por primera vez siempre se confunden. Es lógico...
-¡Dios santo y la virgen! ¡¿Y el hombre que estaba a su lado?!
-¿El dueño del circo?
-No se qué era; ¡Pero ha desaparecido!, ¡Se lo tragó el aire!
-Tranquila, hermana, tranquila. Ese hombre simplemente ha despertado. Eso es todo.
-¿Entonces esto es un sueño?
-No, hermana. Esto es “La frontera”.
-¿La frontera?, ¿Cuál frontera?
-La frontera entre El Barrio y los otros barrios.
-Yo vivo en un barrio- Le respondí a ese hombre completamente pelado a cero y vestido como un croto. La herida en mi frente no paraba de sangrar. Entonces el hombre se quitó del cuello una tela árabe o algo por el estilo y con ella me envolvió la cabeza.
-Decime una cosa, che: ¿Los niños de tu barrio crecen?
-¡Por supuesto que crecen! ¡¿Qué clase de pregunta es esa?!
-Bueno. Entonces vos sos de los otros barrios. En el Barrio que yo te digo los niños son eternos. Crecen si quieren crecer o sino se quedan como niños. Los padres también son eternos. Es un Barrio muy extraño. Pero también es un lugar muy hermoso. Quizás sea el cielo...
-¡Dios mío!- Exclamé con un hilo de voz y me toqué la herida por sobre la tela. –Estoy... estoy... Dígame que no es cierto, por favor. Dígame que no estoy muerta…
-No lo se, hermana. “La frontera” es mucho más extraña que el barrio. Y es bastante caótica. Por aquí se ve de todo: muertos, vivos, perdidos, recuerdos, nostalgias, desaparecidos, gente que está soñando y personajes de cuentos y novelas.
-¿Personajes de cuentos y novelas?
-Si, hermana. Para que los pobres personajes no queden aplastados entre las hojas de un libro cerrado, le dan la oportunidad de venir a “La frontera” o que vayan al Barrio. La mayoría opta por quedarse a vivir en el Barrio.
-Es increíble todo esto...
-En “La frontera” y en “El Barrio” nada es increíble.
-¿Y usted dice que ese Barrio es hermoso?
-Muy hermoso. Todos los que ven “El Barrio” por primera vez quedan prendados para siempre.
-¿Y hacia dónde queda ese Barrio tan hermoso?
-Por esta misma calle y en el sentido que vos quieras. A los catorce minutos habrás entrado al barrio.
-¿Y ahí qué sucederá?
-No lo se, hermana. Averígualo.
-Entonces, será hasta pronto, buen hombre... ¡Y espere que ya le devuelvo esta tela!
-Está bien, está bien. Podes quedártela. Es un obsequio. Total. Siempre habrá alguien que me recuerde con el pañuelo afgano al cuello. Es casi inevitable.
Y comencé a caminar hacia ese barrio. Y si debo dar una explicación racional, no la tengo. Solo quería ir a verlo. Algo me decía que allá me esperaba la felicidad. A mí y a mi esposo. La felicidad.
Entonces me topé con un hombre bastante elegante y ya entrado en años. Lo noté apurado y preocupado.
-Disculpe mi atrevimiento, señorita. Verá usted, estoy un poco perdido y necesito llegar cuanto antes a mi barrio. Me refiero al Barrio más hermoso de todos los barrios. A veces me escapo y vengo a jugar a los dados en “La frontera”. Aquí se hacen buenas apuestas. ¿Entiende, usted? El problema se presenta cuando quiero regresar. Me olvido del método. Siempre me pasa lo mismo. Mi esposa me mata si llego tarde otra vez.
-Por esta misma calle y en el sentido que usted quiera. A los catorce minutos habrá entrado al barrio...
-¡Cierto! ¡Qué tonto soy! Es tan fácil que siempre se me olvida...
Entonces, el hombre se queda mirándome como si me conociera de alguna parte.
-Vuelva a perdonar mi atrevimiento, señorita; ¿Usted no se llama Laura?
-Si, señor. Me llamo Laura. Y no soy señorita. Soy señora ¿Y podría decirme de dónde me conoce?
-Del Barrio, señora. Usted se mudará al Barrio con su esposo y seremos vecinos. Permítame presentarme. Soy Joaquín Ibarra, sastre de profesión.
-¿Es verdad que me mudaré al barrio?
-Si, señora. A la edad que tiene ahora.
-¿Y con mi esposo?
-Si, señora ¡Y hasta con ese pañuelo en la cabeza! ¡Y seré yo mismo quien le haga el vestido de novia a su hija! ¡Y...
-¡No, por favor! No me cuente más. Quiere vivirlo.
-Hágalo, señora Laura. Vaya y conozca “El Barrio”; y luego busque a su esposo. Le prometo que no se arrepentirá...
-Muchas gracias, señor Ibarra. Y hasta pronto.
-De nada, señora Laura; hasta muy pronto... Y por favor, señora Laura, cuando sea amiga de mi esposa, no le cuente sobre esta pequeña debilidad que tengo por los dados...
-No se haga ningún problema, señor Ibarra. Con un buen descuento en el vestido de novia de mi futura hija quedamos hechos.

“Y ella se va para un lado y yo me voy para el otro. Y trato de apurar el paso, pero de nada sirve. No es una cuestión de distancia. Es una cuestión de tiempo. Son catorce minutos para entrar al barrio. Catorce minutos eternos. Ni trece ni quince. Solo catorce minutos. Lo podría dar en un paso o en miles a la carrera. ¡Dios santo! Espero que mi esposa no me ande buscando por ahí. La última vez no me habló por una semana, ni me hizo de comer, ni me lavó la ropa, ni me la planchó. Y yo no puedo andar como el croto ese que guía a los perdidos en “La frontera”. No, señor. Soy Ibarra, el sastre del barrio. Tengo que cuidar la imagen, tengo que verme elegante. ¿Qué diría Pierre o Cristhian o la mismísima Cocco o el Chicho Armani?: “Ibarra, pareces un pordiosero”. Eso no es digno de un sastre. ¡Oh, Dios! ¡Catorce minutos de eternidad! Me parece que tendré que abandonar esta cuestión de los dados y dejar de frecuentar esas partidas de “La frontera”. Aquí siempre me cruzo con gente del Barrio, ya sea del pasado, del presente o del futuro. Siempre me ven y terminan contándole a mi esposa. Menos la señora Laura. ¡Vaya mujer! Logró todo lo que tanto deseaba y fue muy feliz. Sin embargo, no llegó al casamiento de su hija. Ese golpe que tenía en la cabeza... Ese fue el problema. Entró al barrio con un golpe mortal. De todas maneras, luchó contra la muerte durante todos esos años. ¿Cómo se mide el tiempo en el Barrio? Tendría que haber muerto en el accidente y que el croto pelado guiara su alma hasta El Barrio. Pero si entraba así no hubiese podido regresar por su esposo. O tendría que haber entrado sana. No con ese golpe que la dejó entre la vida y la muerte. Sin embargo, vivió muy feliz y creo que fue la persona más feliz que haya existido en “El Barrio”. Siempre contenta, siempre tan... toc toc toc toc ese es el sonido que produce el abuelo toc toc toc toc ¡Gracias al Niño del viento! Ya estoy en el barrio toc toc toc toc ¿Cuándo será el día que le ponga una gomita en la punta? Toc toc toc toc y ahí está con su nieto. Ese niño nació en el barrio y es un auténtico Eterno. No es como su abuelo ni como yo que venimos de los otros barrios y nos mantenemos gracias a la eternidad que respiramos. Ese niño es realmente eterno. No necesita el aire del barrio ni de “La frontera”. No necesita nada en realidad. No se. A veces me dan miedo. Es como si este barrio fuese una fábrica de dioses y de demonios y aún no lo pueden entender.
- ¡Allá viene Ibarra!
- ¡Ah!, Ibarra; el sastre. Buen hombre. ¿Entendés?
Entonces, ese cachorro de humano, nacido en la eternidad, Dios en potencia, extendió sus manos para recibir más chocolates y dijo:
- Si, Abuelo, entiendo. Pero todavía no me quiero decidir. Me encanta ser niño.
Y el abuelo le dio el último chocolate que le quedaba...
- ¿Y, Tigre Viejo? ¿Te gustó?
- ¿Qué querés que te diga?
- Si te gustó o no.
- Mas o menos, Moris. Más o menos. Ahora dormite que mañana tenemos función. Y para la próxima contame algo con príncipes y calabazas mágicas y perdices para el final, porque tus historias a veces me producen pesadillas. Hasta mañana, Moris. Y que duermas bien.
- Hasta mañana, Tigre Viejo.
Y así, todos mis queridos animales se lograron dormir.



A Tanguito
Sumo
Miguel Abuelo