jueves, 19 de junio de 2008

CAPITULO CATORCE

El túnel a la lapicera.

A veces tengo en la mente a un número en estado de pureza. Así como la blancura y Los Unicornios diría Sábato. A este número no le puedo dar una forma. Por ejemplo: transformarlo en manzana mordida, pues ya no seria un número puro, seria una manzana; y para colmo mordida. En el más absurdo de los casos, ya porfiado y encaprichado por darle esta forma de fruta mordida, le pediré ayuda a la metáfora, que siempre se presta para mediar entre lo inmedible y la mesura y podré señalar ante un pizarrón que ahí tenemos la fracción de un número. Pero jamás un número entero. Y de la pureza ni hablar.
¿Cuánto puede durar en la mente un número puro hasta que le doy una forma? No lo se. Intento mantenerlo así cuanto mas pueda; lo miro muy poco para no motivar la imaginación; hago que no está; me olvido o hago que me olvido. Escucho la música de la radio del Barrio: FM “La Hermosa”, en la cual no dan una sola noticia y solo pasan música para todos los gustos. Desde la cumbia original, aquella que viene de Colombia y no es para nada fácil de tocar, al tango de todos los autores y por todos los intérpretes; desde la música clásica a la música moderna en todas sus ruidosas variaciones. A la hora oficial de la merienda leen cuentos infantiles con trasfondos musicales a cargo de Maria Elena Walsh; cuando la noche se presenta leen poesías para enamorados y las canciones son románticas y somnolientas.
La cuestión va bien, siempre va bien; pero de pronto (y siempre pero de pronto) el número puro ha adquirido una forma. ¿Cómo pudo haber sucedido? No lo se. Parece que la mente no es un buen lugar para conservar la pureza. Y esto es paradójico si lo mido con el momento en cual Edipo tuvo que resolver el enigma que le planteo La Esfinge. Entonces pues, estoy obligado a contar aquella historia. La de Edipo casi rey. Y digo casi rey porque no llegaré a esa parte en la que es proclamado rey. Será una historia inconclusa.
Cuando joven, el príncipe de La Casa Lacio, Lasio o Layo, quien luego será el padre de Edipo, cometió una falta gravísima estando de visita en otro reino o Casa. Entonces pues, fue castigado con una terrible maldición por parte del soberano anfitrión; y ya no me caben dudas de que por aquellos tiempos las maldiciones se cumplían a rajatabla: morirá en manos de su hijo y su hijo tomará en matrimonio a su madre. ¿Se entiende? A mi se me ocurre que la maldición fue innecesariamente larga y que con la muerte del culpable tendría que haber bastado. Pero bueno. Ya todos sabemos como eran los Dioses por aquellos días y más aun los Dioses griegos que siempre andaban pensando en el futuro de las ciencias psicológicas. Ya grande y rey, aquel que supo ser príncipe y maldecido, contrajo nupcias con una mujer bonita. Se cuenta que el matrimonio procuró evitar la descendencia, pero de procurar a evitar, el espacio debió de haber sido muy grande; o mejor dicho: del tamaño de un bebé. Así pues, entre procurar y evitar nació Edipo. Y fíjense que será flexible la lengua griega clásica que, Edipo querría decir: “de pies grandes”; tanto como: “de mucha inteligencia” o “aquel que usa la razón” Al niño recién nacido le cabía perfectamente el primer significado de su nombre mas que sus otros dos posibles significados. Las variantes quedaron reservadas para el futuro. Lo que me lleva a pensar que la lengua griega clásica, no solo es flexible, es también profética en toda su extensión. Por lo tanto, el bebé tenía los pies grandes. Y sin sutilezas de por medio así lo llamaron: de pies grandes. En La Grecia de aquellos tiempos, dicho exceso significaba deformidad y ya sabemos cuan amantes de lo perfecto y armónico eran los griegos. Así que, de forma perfecta y armónica había que acabar con La deformidad. O sea: arrojarla al abismo sin más trámites. Y que no se diga que son invenciones mías. Quien tenga alguna duda que se remita a las fuentes. Edipo, rey .Sófocles.
Al padre de Edipo se le cruzaron ciertas dudas religiosas: “O los Dioses ya no están al tanto de nuestras costumbres o sus maldiciones ya son inoperantes”. Dicho eso, envolvió al bebé en una manta y se lo llevó hacia los acantilados. Hete aquí que, entre su decisión y los precipicios se topó con un bosque y el remordimiento. “No puedo matar a mi hijo”. Se dijo. “Lo dejaré en este bosque y quizás alguien lo encuentre, se apiade y lo recoja”. Y yo me veo en la obligación de agregar, “O que los animales, el hambre y la sed den cuentas de el; O en caso contrario que, quien lo encuentre no sea griego, porque la deformidad seguía estando”. Y lo digo sin ánimo de ofender.
No puedo dejar de ver en este abandono, ciertas similitudes con la historia del Moisés bíblico; y en estos dos casos: a los iniciadores de los cuentos y relatos de tonos fantásticos e infantiles.
Pero volvamos a Edipo que por lo pronto no lo quiero abandonar y que ahí ya estaba abandonado por su padre.
Quisieron los Dioses (bien al tanto de las costumbres griegas y para demostrar que sus maldiciones no eran inoperantes sino más bien lentas) que un rey de otra Casa cruzara con su corte y esclavos el bosque en cuestión. Dieron con Edipo y el rey lo adoptó. Y aquí me detengo por varias razones. A) Para confesar que la historia de Edipo está entre mis favoritas y que a cada tramo me despierta una sonrisa y que eso se debe al trasfondo infantil con el que se van desenvolviendo los hechos. B) Para seguir prolongando El túnel a la lapicera. C) Para acotar que este rey no solo era piadoso, era también un ignorante de las costumbres de su propia tierra. O quizás, todo un progresista.
¿Y a que no saben qué nombre le dieron a Edipo? Si, mis queridos niños: lo llamaron Edipo. Y me reservo la acotación. Y “Edipo Edipo” fue creciendo como un príncipe; como estaba destinado desde un principio pero en otro reino. Y le dieron todos los honores; y así fue instruido en todas las artes y ciencias; y fue amado por su pueblo, y mucho más por sus padres; y jamás se le dijo que era un hijo adoptivo.
Pero sucedió que un día, Edipo necesitó consultar el oráculo. Y el oráculo le dijo: “Edipo; sobre tu padre, el rey, pesa una maldición. Está destinado a morir en tus manos, tú serás rey y tomarás en matrimonio a tu madre. ¿Se entiende?”. Y ya el oráculo se desconectó y que pase el que sigue. Y la verdad es que a Edipo le tendrían que haber dicho que era adoptado y principalmente, le tendrían que haber avisado al oráculo; que por lo visto era un oráculo bastante espartano. Lo digo por lo lacónico. Y dicho sea de paso; la psicología moderna podría también tener en cuenta a este tramo de la historia de Edipo: Al temor que padecen los padres por revelarles la verdad a sus hijos adoptivos bien debería llamarse “Negación a Edipo o Complejo de Información al Edipo o algo por el estilo”. Digo ¿no?
Lo cierto es que Edipo interpretó muy mal y ya creyó que mataría a su padre “adoptivo”, en vez de aquel que lo supo abandonar en el bosque. Edipo esperó hasta la noche, armó los bolsos y movido por el temor de cometer semejante crimen abandonó su reino. Ahora yo me pregunto: ¿a Edipo, no le habrá rondado ya la idea de acabar con su padre y tomar en matrimonio a su madre? Quiero entender de una buena vez por todas: ¿A qué parte de la historia se remite Sigmund Freud cuando plantea el complejo? ¿A la parte en que mata a su padre verdadero y luego toma por esposa a su madre? (circunstancias que luego veremos le eran absolutamente desconocidas y hasta inéditas) ¿O al suceso del oráculo?
Se sabe que los oráculos griegos respondían específicamente a lo que le preguntaban. No eran metafóricos. Más bien eran claritos y contundentes. “Oh, oráculo; ¿Voy a casarme?; Jamás con esa facha” ; “¡Oh, oráculo!; ¿mi esposa me engaña?: Por supuesto”. Y así. La respuesta que Edipo recibió por parte del oráculo estaba íntimamente relacionada con su familia y más allá de que se trataba de familia adoptiva, es obvio y ya se cae de maduro que la consulta poseía un marcado e intimo interés familiar. -¡Oh oráculo!: siento un amor bastante subido de tono por mi madre y un notable rechazo por ese tipo que es mi padre; ¿Qué me anda pasando? Para que alguien como yo al que llaman “de mucha inteligencia” o “que usa la razón” venga a consultar a semejante superchería como usted ¡Oh, oráculo! es porque algo me tiene que estar pasando, ¡Oh oráculo!-. Y yo no se si esa habrá sido la pregunta especifica, pero me parece que por ahí anduvo; y si tenemos en cuenta las palabras del oráculo y la posterior fuga de Edipo, muy lejos no estoy de lo que intento significar. Que el complejo de Edipo ya estaba instaurado en Edipo mucho antes de llegar al tramo de la historia que la psicología utiliza como representación del complejo. Uf!
Ya lejos de su casa, Edipo entró a un bosque y se trataba exactamente del mismísimo bosque en donde lo supieron abandonar. Y en el bosque, encontró a un viejo; y el viejo le pidió a Edipo que lo matara. Si. Resulta que en aquellas épocas griegas, usted andando por ahí, podía llegar a toparse con alguien que le pidiera que lo matara. Usted tenia que solicitar las razones y ese alguien se las debía dar. Si las razones eran convincentes y estaban dentro de la ley, usted se veía obligado a quitarle la vida. Si las razones no eran convincentes y por ende, no estaban dentro de la ley; usted se veía obligado a denunciar al infractor ante las autoridades, en donde darían cuentas de el con la pena de muerte. Y fíjese, querido lector, que no era lo mismo morir con dignidad, que morir indigno. Así de indignas eran las autoridades.
Las razones de aquel viejo fueron las siguientes: “Hace muchos años, abandoné a mi hijo recién nacido en este mismo bosque. Desde aquel día hasta hoy, el remordimiento no me deja dormir en paz”. “Muy bien. El insomnio es una buena razón para quitarle la vida a cualquiera, ¡Oh anciano atormentado por los remordimientos!” Y acto seguido, Edipo desenvainó su espada y atravesó el corazón del anciano. Y ya se habrán dado cuenta de que ese viejo era el verdadero padre de Edipo; sin embargo, para Edipo era apenas un pobre viejo atormentado por el insomnio y el remordimiento. Para las costumbres de aquellas gentes, tamaño acto significaba piedad e infinita misericordia. Crease o no, estaba entre los deberes del buen ciudadano griego. Y así, Edipo prosiguió su marcha hacia los principios del psico-análisis o como se diga. Y cuando estaba llegando a las murallas de una ciudad, la que hubiese sido la suya, Edipo notó para su espanto que tan hermoso reino estaba asediado por la terrible esfinge. Monstruosa bestia, mitad no se qué cosa con mitad no se qué otra cosa, pero que era muy fea y mala. Y ya estoy en donde quería estar, y le doy gracias al Niño del viento porque este túnel a la lapicera se está acabando.
La esfinge no dejaba pasar a nadie. Ni salir de la ciudad ni entrar a ella. A todo aquel que se atrevía por lo uno o por lo otro le planteaba un enigma. Si lo resolvía pasaba; en caso contrario... no recuerdo si lo devoraba o si lo arrojaba a un abismo. Entonces, Edipo decidió enfrentar a La esfinge. La esfinge le planteó el enigma, Edipo lo resolvió, y así pues, venció al monstruo haciendo honor a su nombre; “Aquel que usa la razón”. Dicen los entendidos que más allá de la tonta adivinanza que debió resolver (¿Qué animal primero camina en cuatro patas, luego en dos y por último en tres?) es ahí cuando Edipo le da orden al caos, luz a las sombras y forma a lo amorfo; y que lo hace con el intelecto, con la inteligencia, con el brillo de la razón. Y yo me pregunto, ¿Por qué cuando los números puros toman una forma pierden la pureza y se vuelven tan, pero tan amorfos? Y ya me molestan en la mente y los tengo que evacuar y siento que un túnel baja por mi cabeza y se va abriendo paso y atraviesa mi garganta y se detiene en el pecho y tuerce hacia el hombro derecho y ya baja por el brazo y cuando llega a la altura del codo tuerce hacia adelante y recorre el antebrazo y sigue por mi mano y antes de llegar a los dedos, ese túnel se divide y un lado se va por el dedo índice doblándose en tres y el otro lado se desvía por el pulgar doblándose en dos y en las puntas de estos dedos, los túneles convergen en una lapicera; y ya vuelve a ser uno y se llena de tinta y todo se precipita en esto que es una confesión, la de por qué escribo con esta desesperación, con este cuerpo, con esta fiebre que me consume, con estos ojos que ven nublado, con este túnel que me exonera todo esto que alguna vez fueron números puros, así como la blancura y los unicornios, así como dientes de los que fueron niños.
Y ya pronto me llegará el olvido, señor; y tendré que dormir para mañana seguir siendo niño. Y si mañana, usted sigue de visita por El Barrio y me ve jugando por ahí; no se ofenda si no lo saludo, simplemente me habré olvidado de usted. Sucede que los niños eternos estamos condenados a olvidar lo perecedero. Hágase niño, señor, hágase niño, por favor.
Hasta nunca, señor...


A La Mary, El Abel y Pablito