lunes, 2 de junio de 2008

CAPITULO SIETE

Cuatrocientos metros kafka y mojar la espalda.

Supuestamente se trata de una carrera de velocidad, pero estoy hablando de una velocidad a la que el hombre jamás podrá alcanzar ni por sus propios medios, ni por máquinas, ni por nada que se le parezca. De todas formas, compiten. Aunque nadie haya ganado todavía.
En una pista olímpica, un corredor con un balde de proporciones normales y cargado con agua, deberá salir corriendo (con balde y todo) a la señal de partida para completar toda una vuelta. Ya a punto de cruzar la línea de la cual partió, arrojará el agua hacia delante, en el acto que comúnmente se conoce como baldazo, con el objetivo de mojar su propia espalda en el momento que este saliendo a completar la vuelta. Si. Leyó bien Gana el jugador que complete la vuelta y presente su espalda mojada ante los jueces. Que son doce por las dudas. Yo se muy bien que es un juego tonto, absurdo y loco. Lo se muy bien y creo que lo se mejor que nadie; y sin embargo se juega. Y se lo juega religiosamente el día en que se juega. Y lo peor de todo, es que tanto los jugadores, como los jueces y el público, admiten cuan tonto, absurdo y loco es, pero siguen jugando. Y eso, ya está empezando a darme un poco de miedo y digo miedo para no decir pánico, porque por momentos el juego me da un pánico enorme y pegajoso. Alfredito Froido, el niño psicólogo y bajista de “Los Para no ser menos”, me dice: “Yo me preocuparía por otra cosa Waltercito. Olvidate. Es apenas un juego absurdo que no le hace daño a nadie. Te aseguro que hay deporte peores”. Y yo no se si eso es un deporte, no creo que lo sea, o quizás no quiero que lo sea, pero admito que en los deportes clásicos y tradicionales uno puede encontrar a simple vista mucha mas violencia que en este pseudo-deporte de los “Cuatrocientos metros Kafka y mojar la espalda”. Caso concreto, tenemos al mismísimo boxeo. Los fanáticos y seguidores del “Te desmayo a sopapos” me podrán venir con argumentos en los que se barajan palabras tales como: técnica, elegancia, estoicismo, pero lo cierto es que los sopapos están; y los sopapos duelen aquí y en la china y hasta en el país de las maravillas, con o sin esa Alicia. El boxeo es violento y de eso se trata. Como también se trata de un deporte que ha cobrado vidas. Las carreras de automóviles, también han cobrado vidas; y el Rugby, ha cobrado algunas incapacidades .El fútbol es otro deporte violento, no solamente en su practica, sino también por lo que genera en las tribunas y entre hinchadas. Y el ajedrez, a mi modesto entender, es quizás el juego mas violento que ha dado el ingenio del hombre. Sin embargo, en ninguno de los deportes y juegos anteriormente mencionados, veo lo que logro ver en las profundidades del “Cuatrocientos metros Kafka y mojar la espalda”: La mas abyecta de las demencias. “Y yo me preocuparía por otra cosa” me repite Alfredito Froido, pero yo me preocupo por “esa” cosa. ¿Qué querés que te diga? Y ahí vienen todos: jugadores, jueces y público; y vienen como si nada. Hablando de cosas triviales como por ejemplo: La inminente destrucción de la capa de ozono, o, sobre el escandaloso aumento de los precios de los desodorantes en aerosoles. Hasta comentan cuan estúpida y absurda es la carrera y cruzan bromas y se ríen y más o menos mantienen ese ánimo aun hasta cuando se van preparando. Entonces, todos toman sus puestos. El único corredor, con cara de único corredor y con balde en mano; los jueces con cara de jueces y miradas periféricas; y el público, con cara de multitud que espera y vamos a ver qué pasa. Y si debo ser sincero, seré sincero: Todavía se puede encontrar alguna que otra sonrisita, porque “estamos todos aquí, en esto que es tan absurdo, pero bueno...” Y de pronto dan la señal de largada y todo se transforma. Y se transforma hasta faltándole el respeto a la mecánica quántica, porque algo se perdió: La Cordura. Y ya tenemos al jugador en plena competencia que, ha cambiado su sonrisa por un gesto de determinación y esfuerzo, por ojos concentrados en el objetivo, poseído por esa idea de ganar que lo impulsa a una carrera desenfrenada y desesperante; y ya está por completar la vuelta; y hasta puedo “escuchar” su único y absoluto pensamiento “Lo voy a lograr, lo voy a lograr...”Y ya tira el baldazo y ahí se queda esperando. Y el agua choca contra el carril y se expande; y por último, puedo ver como la cabeza del corredor se derrumba por el peso del fracaso. Y es cuando me dan ganas de ir a gritarle sino se da cuenta de lo estúpido que es; sino se da cuenta de que jamás ganará; sino se da cuenta que, ya desde el mismísimo momento de su partida estaba condenado a perder, que todo es absurdo y sin sentido y que lo único que encontrará al final será un enorme, implacable y persistente vacío. “Yo me preocuparía por otra cosa”, me repite Alfredito. ¡Pero yo no! Porque ahí va de nuevo a cargar el balde para salir corriendo otra vez. Y lo hará hasta que su cuerpo le diga basta, hasta que sus músculos se agoten y así abandonará la pista, con el paso cansado y la resignación de los perdedores. Poco a poco recuperará la sonrisa y será una mezcla de “¡Qué cosa tan absurda!” y “Quizás para la próxima”. He visto cosas patéticas que estuvieron a punto de arrancarme unas lágrimas. He visto a ciertos corredores que desistieron de lanzar el baldazo porque no se vieron salir y ya se derrumbaron en la derrota e inmediatamente tomaron posiciones para una nueva carrera con los ánimos reverdecidos. He visto a un corredor lanzar un baldazo de forma tan violenta que, el balde se le escapó de las manos e inmediatamente se tomó la cabeza como creyendo que lastimaría a alguien; luego le vi respirar aliviado porque ningún balde le golpeó la espalda a nadie. He visto a otro jugador tensar el cuerpo en el momento de la salida como para soportar la mojadura. He visto insultar he injuriar cuando se les caían los baldes en plena carrera. “¡Justo ahora que lo estaba por lograr!, ¡¿Será posible?! ¡Me cacho en Die!”. He visto de todo entre los corredores, hasta he visto lágrimas. Pero jamás he visto a uno revolear el balde por los aires renegando de semejante absurdo y que dijera: “¿¡Pero qué hago acá?! ¡Si me vieran mis hijos!”. Y es seguro que sus hijos lo están viendo. Nadie falta a las competencias. Y quizás, una de las cosas que más me molesta sea el público. Y hay de todo. Están aquellos que no tienen mucho para hacer en sus casas y asisten a la tribuna como para perder el tiempo y ver qué pasa. Podrían ser exonerados, pero sus aptitudes me lo impiden. Se mantienen en ese pálido absurdo de perder el tiempo entre mate que va y mate que viene, quizás un tanto indiferentes a lo que sucede en la pista, pero no por ello menos atentos a los resultados. Están los expectantes, los que se comen las uñas y los que cruzan los dedos. Están los que sonríen maliciosamente; y no es que sonrían ante el absurdo del juego, sonríen porque tal o cual jugador perdió o se le cayó el balde o fue a dar de boca contra la pista. Debo admitir que ante esta última circunstancia yo también sonrío. Y no tiene nada que ver con el juego. Tiene que ver con lo perverso de la naturaleza humana. Y ya que dije perverso: en la tribuna también se puede encontrar a los perversos. Y son los peores, en otro sentido. Saben perfectamente cuan absurdo y demencial es el juego; y por ello se divierten alentando al jugador a que se mate corriendo en pos del fracaso y la derrota. Y se tiran al suelo y se despanzan de la risa y comentan: “¡Pobrecito! ¡Qué estúpido que es!” Y ya se están produciendo las primeras hinchadas y ya se escuchan los primeros cantitos y ya se asoman las primeras camisetas. Y corren comentarios de todo tipo: “Mario estuvo a punto de lograrlo” “Qué va a lograr ese, si es una tortuga” o: “Daniel posee una técnica para llevar el balde que me resulta conmovedora” “Pero jamás como la elegancia de Francisco para el baldazo” o: “En la próxima Ricardo se moja la espalda ¡Te lo juro por esta!” Y así. “Yo me preocuparía por otra cosa” sigue repitiendo Alfredito. Puede ser. Pero a mi me preocupa la demencia que genera el juego y que nadie parece notarla. Demencia que se ramifica por El Barrio y que no perdona a nadie, ni siquiera a las mujeres, porque ya se sabe de algunas que están dispuestas a correr. Y los hombres se escandalizan y dicen: “No. El juego es macho.” Y las mujeres replican: “El juego será macho, pero los factores principales son femeninos: La Carrera, La Espalda.” Y los hombres acotan: “Pero no se olviden, queridas damas, que, El Balde es masculino”. Entonces, las mujeres ejercen sus derechos naturales e innatos a la última palabra y determinan: “¡Mas a nuestro favor! Es un juego mixto y punto aparte.” Sin embargo, los picaros punto y aparte no quieren venir y la demencia sigue sin dormir. He visto a niños muy niñitos y chiquitos correr por las veredas de sus casas con baldecitos playeros en las manos… Y eso si que me estruja el corazón, porque estos niños, muy niñitos y chiquitos se deben enfrentar a poderosos adversarios: al juego en si y a sus madres que no les dejan dar la vuelta a la manzana. “¡Ay, Waltercito!, ¡Yo me preocuparía por otra cosa!” Vuelve a insistir Alfredito, que a veces se pone muy insistente. Pero a mi me preocupa el futuro y ya lo veo. Veo al juego en la televisión y veo la repetición del fracaso en todo el esplendor de la cámara lenta; y lo veo en esos programas en los cuales, señores muy instruidos comentan los pormenores de los “Cuatrocientos metros Kafka y mojar la espalda”; y ya veo publicidades en los baldes y veo a grandes fabricas de agua mineral interesadas en esos baldes; veo la indumentaria y la compra y venta de corredores; veo mundiales (Los Mundiales del Fracaso) y ya escucho los temas oficiales de esos mundiales. Veo en definitiva: como el sistema absorberá el absurdo para transformarlo en producto y que así se lo pueda consumir absurda y compulsivamente. Y ya no tengo más nada que decir.
-Y es lógico-Afirma Alfredito- Llegaste a donde querías llegar: al punto máximo del desarrollo de una idea. Te faltó la galaxia, pero bueno. Parece que tu techo no pasa de la atmósfera. Sin embargo, en cuanto a lo demás tu visión está completa.
-¿Y eso qué tiene que ver con el pánico que me produce el juego?-
-No es pánico, Waltercito. Es culpa. Tu mente te lo hace ver como pánico cuando la cruel realidad es que, es tu culpa. ¿Y sabes por qué es tu culpa?
-No.
- Porque sos vos el mismísimo inventor del juego.
Entonces un pesimismo más grande que la casita de Dios se me aloja en los hombros y ya no puedo articular ni la más paupérrima replica.
-Hace muchísimo tiempo estábamos todos los amigos en el techo de tu casa y se propuso inventar juegos absurdos. Como a absurdo no te gana nadie, resultó ganadora tu propuesta. Uno le contó a otro, otro le contó a otro y otro le contó a aquel. Hasta que alguien dijo: “¿Y si probamos jugar?”. Y así empezó todo. Cuando vos contemplas el juego en el afuera entrecomillas, en realidad estas contemplando a tu interior entre neuronas. Ahí afuera está casi todo lo que había adentro tuyo; y está de la forma en que a vos más te cierra. Está para medirlo, pesarlo, compararlo, constatarlo, tocarlo y olerlo. El juego es tu interior y se ha ramificado. Sin embargo, yo me preocuparía por otra cosa.
Ya indignado, pletórico de culpa, aquejado por el pesimismo, pero no por ello menos intrigado, le pregunto a mi amigo:
-¡¿Por qué maldita cosa te preocuparías en mi lugar?!
Alfredo Froido, me pone cara entre el niño cruel y el psicólogo que es, se rasca la pera, esboza una leve sonrisa y me remata.
-A mi me preocuparía no haberlo patentado.

Con todo mi respeto: a Franz Kafka. Obviamente.