lunes, 9 de junio de 2008

CAPITULO DIEZ

Efecto, ley, instante e instante contrario Lansky

Efecto

El efecto Lansky es precisamente un misterioso efecto observado por el hasta hace unos días desconocido profesor Teodoro Raúl Lansky. Cincuenta años, un metro cuarenta y gracias, calvo, regordete y usa cara de andar siempre pensando. Calza unos borceguíes negros, pantalón guerrillero, camisa azul mediterráneo y un largo guardapolvo blanco con nuestra escarapela. En caso de frío recurre a un grueso sobretodo marrón sin escarapela; en su lugar se ha hecho bordar lo que el profesor Lansky considera la poesía más sublime que ha dado la humanidad: E:mc2. Y en eso tiene toda la razón.
Algunos consideramos que el efecto Lansky es lisa y llanamente una patraña, una mentira y un absurdo sin el más mínimo sentido. Otros declaran que el efecto Lansky, podría llegar a ser uno de los descubrimientos mas importantes de la ciencia, si supiesen en realidad de qué se trata tan mentado efecto. Para los más, el efecto Lansky no encerraría nada y que todo se reduciría a un nombre disponible para todo aquel científico serio que descubriese algún efecto comprobable y que, por la emoción del descubrimiento o que, por falta de inspiración o que, vaya El Niño del Viento a saber por qué misteriosa razón no se le cruzara por la cabeza ningún nombre para su efecto; entonces pues, ahí tiene uno. Vendría en dos tamaños y/o modos de uso. Momentáneo y permanente. Momentáneo, por si las dudas le quiere cambiar el nombre; permanente, por una cuestión “Sonorocientifica”. Siempre sonará mas científico “Efecto Lansky” que “Efecto Pérez”. Y que los Pérez me perdonen. Pero yo no tengo la culpa.
Al profesor Lansky, se lo puede encontrar atendiendo su propio kiosco. Queda al frente de la plaza principal de Nuestro Barrio, justo para donde apunta el dedo índice de la estatua del general Hipólito “vayan y maten a todos esos indios” Lacroix. Le va bien. Me refiero al profesor Lansky con su kiosco, porque al general Lacroix le fue como le tenia que ir; hecho una estatua y decorado por las palomas.
Si le preguntan al profesor Teodoro Raúl Lansky de qué se trata su efecto, pueden suceder tres cosas: A) que esté borracho y se aboque a una explicación interminable, pletórica de números, formulas y términos científicos bastantes rebuscados y confusos, y con la falta de nitidez típica del hablar de los borrachos, o: B) que se llame a su oficio de kioskero y que a nuestra pregunta la responda con otra pregunta: ¿Qué vas a llevar? o: C) que esté en científico y se aboque a una explicación interminable, pletórica de números, fórmulas y términos científicos bastantes rebuscados y confusos, pero con la nitidez en el hablar de los que no están borrachos. Puesto a elegir, lo prefiero borracho. No se. Es más divertido y se le da por regalarme caramelos.
Yo, le pido ejemplos más claros. Como los que se usan para explicar la teoría de la relatividad: trenes, jefes de estaciones con relojes en manos, pelotas que se tiran por las ventanillas y cosas así. El muy astuto del profesor Lansky se remite a Sábato y me hace saber que esos ejemplos ya no son teorías. Y tiene razón. Me refiero a Sábato. Porque lo del profesor Lansky me suena a pura excusa. Sin embargo, insisto por ejemplos. Entonces, el profesor Lansky se entrega a meditar, o se hace el que se entrega a meditar y luego dice:
-Hagamos de cuenta que vos entras corriendo al kiosco y me pedís un cigarrillo suelto porque la ansiedad te...
-Profesor Lansky; yo no fumo. Soy un niño.
-¡Ah! Lo siento muchachito. Sin esos factores es imposible que te de un ejemplo.
-¿Y si le pido una gaseosa en vez de un cigarrillo?
-Tiene que ser un cigarrillo.
-¿Y si es un adulto en vez de un niño?
-Tiene que ser un niño.
-¿Y por qué?
-Porque se me antoja. ¿Qué vas a llevar?
Lo cierto es que nadie sabe o logra entender de qué trata el efecto. Ni siquiera los científicos serios, que se quedan mudos y perplejos ante las palabras del profesor Lansky. Y aunque parezca mentira y para la sorpresa de todo el mundo, le acaban de dar el Nóbel a la física, simplemente por las dudas. Cosa muy extraña, porque en una primera instancia fue puesto a concursar por el Nóbel de la Paz. Simplemente porque semejante patraña no le puede hacer daño a nadie.

Ley

La ley de Lansky, no tendría absolutamente nada que ver con su famoso e incomprensible efecto que le brindó el Nóbel. Esta ley abandona el terreno de la física y las regiones de la química para ingresar en el mundo de los abogados, los fiscales, los jueces y todo eso. Teodoro Raúl Lansky, ahora autoproclamado doctor, asegura haberse pasado noches enteras tratando de idear una ley a la que no se le pueda idear una trampa.
Se cuenta que el doctor Lansky dio con la ley cuando se encontraba haciendo la plancha en la pileta municipal durante una calurosa tarde de enero.
Según los testigos, el doctor Lansky gritó: “Eureka, la tengo, la tengo...” y salió corriendo a darla a conocer. Algunos niños crueles opinan que no dio con ninguna ley y que fue recién ahí, a los cincuenta años de edad, que el doctor Lansky entendió la regla de tres simple. A mi me parece una opinión muy cínica y exagerada. Una mente como la del doctor Lansky no puede entender la regla de tres simple en tan poco tiempo. Haya sido el momento o no, lo cierto es que el doctor Lansky no pudo dar a conocer su ley hasta el mes de febrero. Por esa cuestión del feriado judicial.
La ley es tan fácil y simple que no me quedan dudas de que se trata de otra patraña. Dice así:
“A esta ley no se le puede hacer trampas”
Y aunque parezca mentira y para la sorpresa de todo el mundo, la ley ha sido aprobada. La cuestión radica en el representante de las partes que la declare primero. Como jugar al “chancho”. Desde que está en vigencia ya nadie va a la cárcel. Por El Barrio no sabemos qué pensar.

Instante Lansky e instante contrario Lansky

Somos fanáticos del instante Lansky. Nos encanta. El venerable profesor Lansky lo explica de la siguiente manera:
-Tenemos el mapa de una ciudad. Pero en realidad, es una ciudad contemplada desde arriba; así que, olvidemos el mapa y hagamos de cuenta que somos nubes y estamos contemplando la ciudad con ojos de nubes. Por la calle que se llama horizontal va un automóvil último modelo a 75 kilómetros por hora. Lo conduce un caballero y va en sentido este-oeste. Por la calle que se llama vertical va un automóvil casi último modelo a 60 kilómetros por hora. Lo conduce una dama y va en sentido norte-sur. El choque será inevitable. El caballero no ve a la dama y la dama no ve al caballero. Y el impacto ya está ahí. Ahora, congelemos la imagen y bajemos para observar de cerca. Y no se preocupen, niños, no hay testigos. Y si hubiese testigos, seremos considerados neblina. Ahora, ustedes dirán que los automóviles ya se están tocando y que eso ya es un choque; y yo les digo que no. No, no, no. Eso no es un choque. Ese es el instante Lansky; y es mucho menos que un tris; y ya no cabe un alfiler, ni una hoja de afeitar, ni la centésima parte de un cabello, ni un átomo; y salvando el rigor científico: ahí no cabe ni la cuarta parte de un núcleo, ni absolutamente nada que se pueda dividir. Sin embargo; hay un minúsculo vacío. Y es tan minúsculo, que ya es infinito; y es tan vacío que, si lo pudiésemos contemplar con los ojos del Dios de los otros barrios, nos daría tristeza semejante desolación. Ese es el instante Lansky; un vacío invisible pero infinito a la vuelta de la esquina que está a punto de ser llenado por el amor.
-¿Y el instante Lansky contrario?
Teodoro Raúl Lansky, observa su botella de vino tinto de pésima calidad y con voz poco clara responde:
-Cuando Maria me dejó.