martes, 27 de mayo de 2008

CAPITULO CUATRO

Lavandino y Detergenta

Ahora les voy a contar la historia de Lavandino. Y es una historia que a mi me gusta demasiado; quizás… demasiado, demasiado. Y me gusta tanto porque carece de moraleja, precisamente. Todas las historias que carecen de moralejas, precisamente, a mi me gustan demasiado. Por lo tanto, no tenga usted ninguna duda en venir hasta mi altísima morada si anda con ganas de contar una historia sin moraleja y no encuentra a nadie que le preste los oídos. O mejor dicho: las atenciones auditivas para que lo escuchen. Yo lo escucharé. Y le cebaré mates con biscochuelo y usted se sentirá bien. A cambio, yo me quedaré con su historia sin moraleja. Pero sin moraleja. O en caso contrario, yo me enojaré y lo haré echar por mi perro gris, flaco y petiso que le morderá los tobillos y usted se sentirá mal. Y todo eso por haberme contado una historia con moraleja. Porque para mi, las historias con moralejas no sirven para nada. O sea: no sirven para vivir. Y cuando digo que no sirven para vivir, digo que me parecen absurdos los consejos que guardan las historias con moralejas.

La historia de Lavandino no tiene moraleja. Dicho en otras palabras: es una historia para perder el tiempo escuchándola. Y sin recibir mate, porque cuando cuento no cebo.

A Lavandino lo llaman Lavandino porque ese es su verdadero nombre. Lavandino. Los padres lo registraron así porque cuando nació olía a lavandina. Le hubiesen puesto Lavandina, pero el recién nacido era varoncito. Por consiguiente, cambiaron la letra “a” del final de lavandina por la letra “o”. Y así quedó Lavandino. En completo acuerdo con su condición de varoncito recién nacido. Esto en otros barrios no sucede.

Lo insólito del caso es que Lavandino creció sin olor a lavandina. Y eso, más que insólito, es lógico. Los seres humanos no huelen a lavandina. Algunos podrán apestar, pero nunca jamás olerán a lavandina. Eso sería una locura, acá o en cualquier barrio. Lo cierto es que Lavandino creció sin olor a lavandina. O sea, creció como una persona común y corriente pero con un nombre ridículo. Lavandino. La culpa del olor a lavandina en el momento en que nació Lavandino se la supo atribuir el encargado de la limpieza de la sala de parto.

- Si. Lo admito. Yo soy el responsable. Lo siento. En el instante en que nacía Lavandino, yo limpiaba la otra sala y se me cayó al piso todo el contenido de una botella de lavandina... Y eso fue lo que sucedió. Sin embargo, no lo deben considerar un delito. A mi entender fue un accidente.

Así pues, Lavandino ganó la apariencia de los nueve años y en esa apariencia se quedó. Entonces, se presentaron los carnavales. La comisión directiva de la sociedad de Fomento Club Sportivo y Cultural 20/21 decidió autorizar la puesta en marcha de las fiestas de carnavales en la cancha de básquet, incluyendo serpentinas, papel picado, espuma y música de Gabi, Fofo y Miliki. Para dichas celebraciones, Lavandino optó por el disfraz de pirata escandinavo, o sea: Vikings. Disfraz que le valió el cuarto puesto en el concurso de disfraces. El primer premio se lo llevo Detergenta. Niñita que optó por disfrazarse de “Encargado de la limpieza de la sala de parto que derramó todo el contenido de una botella de detergente en el mismo momento en que Detergenta nacía”. Y si. Esas cosas solo pasan en El Barrio.

Detergenta, no solo se llevó el primer premio del concurso de disfraces, sino que también se robó el corazón de Lavandino. Y no era para menos, pues Detergenta era una de las niñas más hermosa del Barrio. Y para colmo; y cuando digo y para colmo, digo y para colmo escandaloso: ese disfraz le favorecía en toda su infantil extensión.

Lavandino estaba indignadísimo por su cuarto puesto en el concurso de disfraces, pero mas indignado se sentía por el robo. Entonces, esperó que todos los parientes, amiguitas y corresponsales de distintos medios barriales terminaran de felicitar a la ganadora y se le plantó con toda su figura de bravo pirata escandinavo merecedor de un cuarto puesto. La niña lo observó con la soberbia que ostentan las niñas soberbias y triunfantes y le preguntó:

-¿Qué querés?

-Detergenta, devolveme el corazón.

-No puedo. Soy mujer.

Y Detergenta dio media vuelta y se fue a recibir más felicitaciones y a conceder reportajes a todos los medios barriales.

Los hombros de Lavandino se derrumbaron junto con su pequeña cabecita de nueve años recién cumplidos y en el medio de la cancha del club Sportivo y cultural 20/21 se quedó rodeado por niños que tiraban papel picado, corrían y bailaban al son de Gabi, Fofo y Miliki: “Hola Don Pepito, hola Don José...”

A partir de ese carnaval, Lavandino se volvió un niñito silencioso, taciturno, melancólico y triste. Andaba suspirando por los rincones y los techos; le contaba su historia a las golondrinas o a las estrellas, o a los gatos, o al Niño del viento, o al Ciruja de la otra cuadra. ¡Lavandino, vamos a jugar! Hoy no. Mañana. Y Lavandino ya no salía a jugar, porque para jugar hay que tener corazón y al suyo…al suyo se lo había robado Detergenta.

Todos los días, Lavandino se sentaba en una esquina de la cuadra en donde vivía la ladrona y esperaba verla. Aunque mas no fuese verla de lejos, verla a media cuadra, verla por un segundo, verla de espalda, pero verla. Y así se pasaba horas y días enteros esperando por la aparición de Detergenta. Sentadito e incorruptible. Fiel a su costumbre de esperar. Sin importarle el frío imperante o la lluvia. Lavandino esperaba. ¡Y cuando ella aparecía! ¡Niño del viento! A Lavandino se le cortaba la respiración y abría muy grandes sus ojos, porque para Lavandino, abrir mucho los ojos era abarcarla mejor. Pero de inmediato, cerraba los ojos ya que sabía que si la contemplaba demasiado su corazón robado se partiría.

A veces, la noche sorprendía a Lavandino sentadito en la esquina y sin haber podido verla. En esas ocasiones, La Mamá lo iba a buscar. “Vamos, Lavandino. Ya es de noche”. “Vamos, Mamá”. Y Lavandino tomaba la mano de su madre y así se marchaba de la esquina, suspirando y suspirando, mirando para atrás cada dos pasos por si las dudas, por si ella llegara a aparecer a último momento.

Lo peor, siempre pero siempre siempre, se producía en el momento de dormir. El sueño se negaba a venir y ya no tenia nada de pícaro. Entonces, se afiebraba de tanto pensar en ella y se hundía en un torrente de imágenes que le mostraban cientos de posibles futuros al lado de Detergenta.

Y así pasaron los días con sus noches afiebradas y las semanas y los meses. Y cuando llegó ese mes al que en los otros barrios llaman enero, el Papá y la Mamá llevaron a Lavandino de vacaciones a un lugar muy pero muy lejano; y cuando digo muy pero muy lejano digo exactamente… Brasil. (Tengo que aclarar que Lavandino es el único niño del Barrio que puede permanecer mucho tiempo en los otros barrios sin que lo ataque La Fiebre. Ya hablaré sobre La Fiebre). Y habrá sido el clima o el aire, o la fina arena de la playa, o el Atlántico, o la alegría brasilera, o la distancia, o lo que fuese o todo a la vez que, cambiaron el ánimo de Lavandino. Y Lavandino volvió a sonreír.

Cuando pasó el mes de enero, Lavandino regresó a su casa luciendo un bronceado consecuente con la estadía en el Brasil. ¿Y qué fue lo primero que hizo? ¡Si! Se fue a la esquina. Y ya no me caben dudas de que un enamorado bronceado es principalmente un pálido masoquista empedernido.

Y sucedió que en la esquina, en esa misma esquina en la que tanto se sentó a esperar, encontró a Detergenta sentadita como si hubiese sido Lavandino.

-Al fin volviste.

-Si.

-¿Y a dónde te fuiste?

-Al Brasil.

-¿Y?

-Lindo.

-¿Lindo?

-Si. Lindo.

-Avisame la próxima vez que te vayas.

Entonces, Lavandino tomó todo el aire que pudo y luego lo dejó que se escapara lentamente. Fue la suma de todos sus suspiros. Sonrió y por último se sentó bien al lado de Detergenta. Pero bien, bien al lado.

-Te prometo que para la próxima vez que me vaya de vacaciones te voy a avisar.

-¿En serio?

-En serio.

-Y trata de no tardar tanto.

Entonces, Detergenta tomó todo el aire que pudo y lo dejó que se escapara. Cerró los ojos y muy pero muy despacio, fue apoyando su cabecita en el hombro de su amado Lavandino.

Y ahí se quedaron.