El Niño del viento.
El Niño del viento es inmortal. Eso puede parecer extraño o poco habitual, pero para nosotros no es extraño ni poco habitual. El Niño del viento es un niño como cualquier otro niño pero inmortal. No tiene nada de extraño y es muy habitual verlo por El Barrio. Y digo que es muy habitual verlo por El Barrio porque vive en este Barrio. De otra manera, el Niño del viento seria el Niño del viento pero del otro barrio. Y quizás, por vivir en el otro barrio ya pierda su condición de inmortal. O quizás no. Lo cierto es que dejaría de interesarme casi casi automáticamente. Tal vez, esto de andar desinteresándome por las cosas del otro barrio (o de cualquier barrio que no sea el mío) sea xenofobia, como dice mi amigo Alfredo Froido, el psicólogo. Pero para mi es así de sencillo y se acabó. Y de última seré xenofobiano, o xenofobiatano o xenofobito o xenofobial o como se diga, y digo que de última lo seré, si xenofobia significa amar a mi barrio, y si es así, entonces pues, ¡qué viva mi barrio xenofobillo!...O como se diga.
El niño del viento es así de chiquito. Quizás un poquito mas chiquito todavía y tal vez mas. Es muy chiquito y flaquito... ¡Pobre niño! Todo su aspecto se ha preservado en la ternura del diminutivo. Y cuando digo pobre niño, lo digo con un notable dejo de envidia. Lleva el cabello largo hasta los hombros y son como negros y brillantes tirabuzones que flamean al viento que el mismo niño se encarga de producir. Porque el Niño del viento produce viento y no se lleva muy bien con el Hombre hecho de cielos. Sin embargo, no se odian y eso ya es mucho. El Niño del viento, usa ropas negras. Las cuales contrastan con su radiante sonrisa de dientes solares. Para todos nosotros es un niño muy bonito. Muy pero muy bonito.
El niño del viento supo jugar con mi papá. Y supo jugar con mi abuelo y con mi bisabuelo y con mi tatarabuelo y con el otro que sigue para atrás y no se como se dice pero ya mucho no me importa porque siento que en el fondo no somos tan parientes. Sin embargo, el Niño del viento me supo jurar por la brisa marina que, ese hombre que le sigue para atrás a mi tatarabuelo, era igual a mí. Y cuando dijo igual a mi, dijo igual a mi. O sea: dos gotas de agua. Y no nos pongamos en científicos para buscar las diferencias entre dos gotas de agua. Que eso de las dos gotas de agua es una metáfora y no otra cosa.
Mi querido primo, Ricardo Azul, profesor de historia y licenciado en arbitraje de bochas, me contó que el Niño del viento fue muy amigo de Cabral, cuando a Cabral todavía ni se le cruzaba por la cabeza la idea de ingresar al ejército. Según mí querido primo Ricardo: Cabral recién decidió ingresar a las filas del ejercito luego de recibir el rechazo de una tal Mariquita García o Sánchez, de voz bonita y afinada, la que terminó contrayendo nupcias con un tal Thompson o Johnson. Sin embargo, Cabral no permaneció mucho tiempo en el servicio. Ya en la primera batalla, Cabral presenció la muerte de su primo, el sargento, cuando este trataba de salvar al General San Martín; y eso le cayó muy mal. Esa misma noche, Cabral, no el sargento, desertó del servicio para nunca más volver. Terminó viviendo en Cuba, en donde se lo conoció como el Che Cabral. Detalle que no dice mucho.
Se sabe (y esto me lo contó la maestra Margarita; y si me lo contó la maestra Margarita es pura verdad) que, el Niño del viento puede hablar en una lengua que es la suma de todas las lenguas y que es perfecta y que se entiende mejor que el idioma que uno habla y que suena como música. Por supuesto, el Niño del viento, la habla como el niño que siempre ha sido, es y será. O sea: la conoce como un niño de siete años y se expresa como tal. Un niño de siete años puede saber lo que significa la palabra “Gordo”, sin embargo, aun le falta mucha escuela para cambiarla por la palabra “Inconmensurable”. No solo le falta escuela, carece de cinismo. En definitiva, el Niño del viento es el único ser humano que conoce La Lengua Universal. Lengua que se perdió con la caída de la torre de Babel. Lengua que hoy se encuentra reducida al conocimiento de un niño y por consiguiente, a su inocencia. Lo cual está muy bien.
El Niño del viento es inmortal y ha recorrido la triste historia del hombre siendo siempre niño e inmortal. Y en ningún momento perdió la inocencia, ni siquiera contemplando las peores atrocidades que el hombre tiene por costumbre cometer. Esto quiere decir que el Niño del viento no solo obtuvo la inmortalidad, también obtuvo la eternidad. El siempre y constante ahora. Y cuando digo el siempre y constante ahora, digo... ¡Pobre niño, siempre tan inocente! Y ya no se si lo digo con envidia o lo digo con tristeza. Lo veo ahí, contemplando envejecer al hombre, viendo como se derrumban los otros barrios y las ciudades y las naciones y las eras y los tiempos y todo y luego nada...Y el Niño del viento ahí. Tan chiquito, tan diminuto y bonito.
El Niño del viento vive en Nuestro Barrio y en realidad, vive en todo Nuestro Barrio. Pasa un día en cada casa y cada casa de Nuestro Barrio tiene una habitación disponible para el Niño del viento. Es el hijo y el hermanito. El Unificador. Es el que ha transformado Nuestro Barrio en una familia. Todos somos padres gracias al Niño del viento. Todos somos hermanos gracias al Niño del viento. ¿Religión? ¿Para qué? Si ahí está Nuestro Niño.
En verano lo usamos de ventilador. No le molesta ni se enoja. Al contrario. Le encanta generar viento. Y no le cuesta nada. Cierra sus ojos y ya está. El viento comienza a soplar. Y son vientos que ha ido coleccionando a través de la historia. O sea: son vientos históricos. Vientos calidos del antiguo Egipto con aroma a Cleopatra; o vientos Babilónicos que saben a principio de urbanización; vientos iracundos que traen temores Hebreos; o vientos Chinos que huelen a bibliotecas quemadas; vientos contemplativos de La India que traen los silencios del buda; o vientos muy fríos cargados de oraciones Tibetanas; vientos filosóficos de la antigua Grecia; vientos que dicen “Vine, vi y vencí” y que luego interrogan con perplejidad mortal “Brutus, ¿tu también?”; o vientos comunes y corrientes de alguna aldea que nunca hizo nada como para preservarse en el recuerdo; vientos con ejércitos; o vientos con aroma a flores que ya se extinguieron; vientos de libertad; o vientos que gritan “Viva La France”; vientos con las primeras máquinas que conquistaron el cielo...Y vientos, vientos y vientos. Toda la historia en esos vientos y todos los vientos de la historia.
La última vez que estuvo en casa le pedí que generase el primer viento que capturó. Abrió los ojitos y dio un saltito de entusiasmo. Me dijo “Bien” y luego cerró los ojos. Pero no generó nada. En cambio, llenó de aire sus pulmones y luego sopló, sopló y sopló. Cuando se quedó sin aire, abrió los ojos y me sonrió...Y si no escuché mal, creo que me dijo:
-Y ahora empieza la historia, hijo mio.